Todas las fuentes cultas coinciden en que el nombre casi universal de los volcanes deriva de la islita meridional del archipiélago de las Eolias. Esto, aunque no haya constancia del origen o procedencia del nombre “Vulcano” ni se sepa porqué se puso tal nombre a la “isla-volcán” ni qué significa por mucho que los eruditos se empeñen en que tiene que ver con el dios del fuego, porque lo más probable es que haya sido al revés dada la ausencia de resultados tras interminables intentos para buscar sus raíces en Creta, en Etruria, en Osetia o incluso en Irlanda…
El caso es que la isla de Vulcano debió de ser en la antigüedad un modelo insuperable de cono volcánico con el modelado de la elipse perfecta que presentaba su “Fossa” hasta que una nueva erupción en un lateral rompió aquélla geometría que muchos comparamos con el Coliseo.
Las curiosidades son múltiples, por ejemplo, raro, raro, que siendo la voz “volcán” y sus variantes la forma general con que las lenguas occidentales llaman a este fenómeno geológico con las excepciones de islandeses (“eldfjall”) y griegos (“ifaisteio”), el propio Latín evite una forma tan cómoda y recurra a “mons ignívomus”, cuando su mitología, literatura y otras disciplinas estén llenas de volcanes y personajes relacionados con ellos.
Este ensayo gira en torno al área volcánica del Sur de Italia, pero pequeños entornos volcánicos hay numerosos; en la España continental hay una zona volcánica (La Garrotxa) con dos docenas de conitos volcánicos, pero el topónimo “volcán” aparece en otros lugares (Toledo, Valencia, Castellón, Galicia…) que no son áreas volcánicas, por lo que su etimología es candidata a ser estudiada, no siendo imposible que tuviera que ver no tanto con el fuego (que no es elemento imprescindible), sino con dos raíces euskérikas cuyos efectos suelen estar presentes en las áreas y en los conos volcánicos; una es “bulk”, partícula polivalente, uno de cuyos significados tiene que ver con el temblor, la palpitación y la vibración y la otra, “gan”, cima, alto, de manera que “bulk gan” sería un nombre adecuado para montes que tiemblan o han vibrado o temblado en algún momento.
Hay otra raíz menos frecuente que suele tomar las formas “bult-bulz-bulk” y que se refiere a materiales áridos o “graneles”, que también podría relacionarse con el “lapilli” o material granular que lanzan alternando con lava los volcanes de tipo estromboliano, material que hace crecer periódicamente al edificio volcánico.
Los volcanes de la zona de Sicilia, Islas Eólicas y golfo de Nápoles son relativamente jóvenes, estimando los vulcanólogos que el proceso submarino se inició avanzada la época cuaternaria, en una horquilla entre 400 y 170.000 años, pero que la aparición de las grietas y volcanes activos se desarrolló intermitentemente mucho más tarde, en plena transición entre Paleo y Neolítico, época en que todo el entorno mediterráneo era recorrido por humanos, por lo que es seguro que nuestros antepasados fueron testigos del proceso completo: Terremotos y vibraciones, maremotos, alteraciones en los manantiales, fumarolas, apertura de grandes grietas y fallas, emanaciones gaseosas y finalmente erupciones.
Estos testigos debieron contemplar grandes diferencias entre los volcanes submarinos que acabaron dando lugar a islas como las Lípari o Eólicas al sobresalir la lava de la superficie marina respecto de otros como el Etna o Vesubio, que surgieron de grietas aparecidas súbitamente en el suelo de territorios relativamente llanos y que no tenían previamente genética volcánica, como lo muestran la cartografía geológica de Sicilia y la topografía del entorno de Nápoles.
En el caso del Etna, cuyo nombre nadie acierta a asignar a un origen creíble aunque en Italia se recurra a dos ideas principales, una que sea la variante de “aiteos” una de las formas del verbo “quemar” (según ellos) en Griego que lo habrían decidido una colonia de griegos siete siglos antes de nuestra era, como que sea debido a la ninfa latina “Aetna”, porque en ambos casos cronológicamente la montaña ya estaba madura y tendría ya ese nombre contundente difícil de modificar, “Etna”.
En la isla, el fenómeno se inició hace menos de 15.000 años con una gran fractura repentina de dirección sensiblemente N-S en su parte oriental y con el comienzo de salida alternativa y masiva de lava y “lapilli” que fue creciendo desde un suelo peri plano para ir formando el cono actual, estimándose según algunas fuentes, que la mayor actividad se registró hace unos 6.500 años; prácticamente, ayer.
Apoya este postulado la explicación desde el Euskera a partir de “eten-a”, “la fractura”, en referencia al primer fenómeno sobrecogedor que se debió de producir esa gran fractura en la isla, que luego comenzaría a rellenarse y a hacer crecer al volcán, que en adelante, conservó el nombre del incidente inicial, de la grieta “Etena, Etna”.
Con el Vesubio pasa algo parecido; es un volcán joven que cuando tuvo la erupción del año 79, llevaba más de un milenio inactivo y se le consideraba un monte cuyo nombre tampoco aciertan a explicar de donde procede, aunque la mayor parte de los eruditos quieren que sea Osco y que tenga que ver con la diosa Vesta, la que se adoraba en el fuego de los hogares de cada casa.
No llega a la altura del Etna, pero surgió –como aquel- en una zona litoral relativamente llana y su nombre, analizado desde el Euskera, puede entenderse como “bez obi o” que sugiere un suceso parecido al de la grieta del Etna, ya que “obi” es la cara, el frontal de una cantera o de una zanja y el prefijo “bez” indicaría el derrumbe, la inversión de la misma, cuya dimensión hubo de ser grande a tenor de la “o” final; así, “bez obi o” pudo ser una gran falla o fractura, cuyos bordes cayeron al interior antes de que comenzaran las erupciones que luego dieron masa al monte que se quedó con el nombre de la grieta.
Las variantes del modelado que imponen los procesos volcánicos a la corteza terrestre, no parecen haber dejado una impronta amplia ni consistente en las culturas del momento ni en las posteriores aunque hay regiones como las Islas Canarias donde hay un amplio repertorio de formas, tipologías de material y procesos de flujo o energía que han quedado en la “pequeña toponimia” como apellidos de numerosos nombres de lugar, cosa que pudo suceder con el Coliseo que se citaba al principio edificio magno que se halla perfectamente reproducido en el pequeño cono volcánico de Santa Margarida en La Garrotxa (Girona) y que con su forma de anfiteatro natural que se ha podido dar en diversos lugares en las fases iniciales de los volcanes, pudo inspirar a los arquitectos que luego diseñaron circos y foros.
El nombre del propio Coliseo romano, que generaciones sucesivas no han conseguido descifrar y han tenido que recurrir a explicaciones y acciones bochornosas, como la de cambiarle el nombre por el de “Colosseo” con la disculpa de que había cerca una gran estatua colosal, pueden tener su origen en el nombre de la caldera volcánica, lugar por donde se evacua el magma que antiguamente se confundía con fuego. “Ise” es una forma tradicional de llamar a los elementos candentes, a trozos incandescentes calientes y brillantes que transmiten calor; las primeras palabras escritas en Vascuence en un margen de las “Glosas Emilianenses” usaba una variante con “ç” en la forma «içioqui dugu» : “tenemos su calor”.
Además, “kol” es la raíz que define varios procesos de circulación y de paso que aparece en lo relacionado con colar y colarse; aparece en el intestino “colon” y en diversos elementos constructivos, material de cocina y laboratorio y en verbos… “O” al final es un aumentativo contundente, con lo que “kol ise o” pasa a ser una oración que describe un gran orificio por el que se vierten productos candentes, probablemente la boca de un volcán, un volcán como el de Santa Margarida o como el original de la Isla de Vulcano, ambos elípticos y con un increíble parecido al Coliseo romano.
Otro día se hará u recorrido por toda la Macaronesia, comenzando por las galerías de las Canarias.