Whisky, whiskey, güisqui, wiski, wisqui…
Quien aspire a recomponer la senda del whisky o de los destilados en general buscando lo que dicen los historiadores, terminará en la fórmula magistral de que todo comienza en Mesopotamia, que luego pasa a Egipto y desde Alejandría los griegos y los musulmanes se encargaron de distribuirlo por el mundo vendiéndolo como soporte de perfumes para los ricos y como conector espiritual para los ascetas.
Luego se hará un gran vacío y aparecerán los nórdicos de Escocia o de Noruega que dicen que llamaban “uisge beatha”[1] (agua de vida) al destilado de la fermentación de cebada, centeno y nabos y los sabios interpretan que de esa frase nació el nombre del licor, es decir, de “uisge”, agua, lo cual es muy pobre y hay que esperar hasta finales del siglo XVIII, para que Terreros incluya el aguardiente en su diccionario sin explicar que el “Aqua vitae, vinum igne stillatum”, es un neologismo del Latín eclesiástico.
Pero tanto la referencia a la vida como a la destilación parecen bien poco para un nombre contundente; una excesivamente poética y la otra escasa porque los destilados alcohólicos, del agua solo tienen el estado físico de los líquidos, ya que su característica diferenciadora es el ardor a la boca, el fuego que el alcohol etílico transmite a las papilas, así que la explicación queda huérfana si no se cita esto. El hecho es que hasta bien entrado el siglo XV, no hay referencias escritas, apareciendo las primeras en Escocia, lo que ha dado pie para que la propaganda de siglos centre en esa tierra el mito de su bautismo y la explicación del agua de vida no se sabe bien si porque animaba a los yertos o porque conservaba los cadáveres…
Se han buscado destilerías de dimensión industrial (y yo mismo las he visitado en la isla de Skye), cuando lo más probable es que ya en época proto histórica, se destilara en cualquier granja en que hubiera cereal u orujos de uva, agua fresca y gente animosa que dispusiera de unas cazuelas de cobre y de unas barricas de roble para guardar el producto que lo más probable es que le llamaran “agua que arde” y no “agua de vida”, nombre cursi y huero como pocos.
Y en este punto es donde hay que rescatar una voz del Euskera poco usada, que, sin embargo aparece en un margen de las Glosas Emilianenses “içioqui dugu”[2] (“nos ha encendido” en referencia a la fe en el Señor).
La voz con grafía actual es “izio”, arder, abrasar, encender…, donde permanece invariable la raíz “iz”, lumbre, la misma que figura en la denominación del sol, “eguzki”, “egu iz ki”, literalmente “el que abrasa durante el día”.
Insistiendo en que la forma post arcaica del agua en Euskera, es “u” y que con esa misma morfología del sol, “u iz ki”, es el agua que abrasa, frase rotunda para cualquiera de los aguardientes de orujo, de cereales o de raíces, aunque las denominaciones en el Euskera de calle o de diccionario se alejen de ella: “kaña, pattar, pittar, uxuela, ugorr, kilinpón…”, siendo expresiones sucedáneas de la original que hubo de ser “u iz ki” por su coherencia, integridad y capacidad descriptiva.
¿Porqué la hemos perdido en Euskera y hemos abrazado otras voces de segunda ?.
Es un mal endémico que se detecta ya hace milenios y que ha llenado de préstamos no reconocidos a todas las lenguas “latinas”, a varias de las “germánicas” e incluso al Griego.
[1] Uisge, uisce, fuisce… hay poca diferencia en la denominación del agua en lenguas célticas, aunque en Galés se diga “dwr” y todas ellas lleven el “u” vasco.
[2] Primera nota escrita en vascuence en el margen de un códice.
Muy bueno!