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Y la ruta?

Sería hacia 1967, ¿qué ruta haces?, preguntó el camionero que me llevaba en auto-stop a otro que se sentó en nuestra mesa a comer (cuando los profesionales se zumbaban media botella de vino y una copa de 103 en las comidas)… ¡Van seis años llevando sosa entre Torrelavega y Barcelona! …¿Vuelves de vacío?… y siguieron hablando mientras yo pensaba que eso de la ruta era algo muy repetitivo y decidí seguir estudiando y no ser camionero.
Desde entonces “ruta” es una voz familiar y es el caso que desde la Ruta de la Seda a la del Bacalao, desde la “route” francesa y alemana a la “road” inglesa, a la “roete” holandesa, la “rute” danesa, la “rut” bengalí y sueca, la “rotta” italiana y maltesa, la “rota” portuguesa y -quizás- el “mashrut” ruso y la “luta” serbia, desde cualquiera de ellas hasta la última, nos aseguran que son la “evolución lógica” de la “rupta” latina, un participio del verbo “rumpo-rumpi-ruptum” en referencia a que las rutas rompían las arboledas o los peñascos…
Como puede imaginar el lector, “rupta” ni existió ni aparece en escrito alguno, y la decisión de los académicos de dar esa explicación fue un acto de soberbia y prepotencia mayúsculo, porque ya había un nombre principal, claro y económico para ese invento para viajar (la vía), también para sus soluciones particulares y para varias categorías de ellas y no vale plantear que la derrota, el itinerario de un viaje o navegación por lares desconocidos sea derivado de “deruptus” (precipicio), que nada tiene que ver con la idea de un recorrido que es difícil de describir como lo expresa su análisis según el Euskera “dre ut a”, literalmente “rastro desaparecido”, que ha evolucionado a “derruta” y “derrota”, en referencia a cuando la navegación deja de ser “de cabotaje” porque se va al mar abierto y los marinos pierden referencia respecto de tierra y que la ruta es lo mismo.

En la imagen, derrotas (trayectorias) de un huracán y un velero que se cruzaron para desgracia de este.
No hay una oferta definitiva para el origen del nombre “ruta”, pero si una consistente sospecha que apunta a que es un nombre relativamente nuevo (se entiende “nuevo” en un contexto que abarque desde la prehistoria hasta ahora, no solo desde los tiempos del carro de Darío). Nuevo por ser muy posterior a los desplazamientos y transportes a lomos de animales, a los de carros de guerra e incluso a los de carros “campo a través” pisando estepas o riberas.
Se plantea el origen de la ruta, ligado a los primeros carros con eje enterizo de madera en el que se ajustan las ruedas sobre él tallando unos agujeros cuadrados como se ve en la imagen “técnica” de una rueda de carro vasco, que coincide con el diseño de la rueda más antigua del mundo encontrada en Slovenia y que pasa de los 5.000 años.

Ruedas y eje, formaban los tres una pieza sólida. Este eje asentaba y rozaba contra dos vigas recias que formaban la estructura de la cama del carro y solo unas “orejas” y el peso de cama y carga impedían que la parte rodante, el tronco de fresno redondeado se escapara de esa mínima sujeción.

A diferencia de las narrias que eran adecuadas para itinerarios cortos y aptas para deslizarse sobre terreno sin preparar, los carros significaban un gran avance tanto por el menor esfuerzo de los animales como por la velocidad desarrollable y el poder responder a distancia de varios kilómetros, sospechándose que en muchas de las obras de los primeros imperios, los transportes a cierta distancia se ejecutaron con carros de este tipo, carros que tendrían características muy parecidas a los que llegaron hasta mediados del siglo XX y que algunos afortunados oímos sonar.
Solo exigían a cambio, unas “carreteras” que aguantaran sus llantas.
No se debe dudar que el carro fue un lujo durante milenios y seguro que entre sus características estaba ese chirriar de los ejes.
Ya en época histórica, se sabe que hacia 1510, docenas de estos carros tirados por parejas de bueyes (que hacia Noviembre ya habían sembrado los campos de Bizkaia), bajaban desde los caseríos a trabajar durante el invierno para el Consulado de Bilbao, acarreando piedra desde la cantera de traquitas de Axpe hacia un dique que se estaba formando para canalizar la ría.

Aún antes de eso, en pleno siglo XIII, la catedral de Burgos demandaba gran cantidad de piedra que se traía a medio tallar desde la cantera de Hontoria (960 metros de cota) hasta el “taller” ya en la capital al borde del Arlanzón, a 865 metros de altura, aprovechando la suave pendiente entre ambos puntos para que los bueyes bajaran cargados y subieran de vacío transportando sin descanso en recorridos de cinco leguas, miles de metros cúbicos durante siglos.

Esto son solo ejemplos de cómo se afianzó una forma de transporte masivo a través de itinerarios “circunstanciales” , rutas que no respondían a necesidades habituales sociales, económicas ni militares de transporte, pero que determinaban una gran densidad de tráfico de carros ( en el caso de Hontoria, se puede estimar un carro cada veinte minutos o media legua, de forma permanente durante siglos).


Como se insinuaba arriba, apenas quedamos testigos del sonido lastimero que emitían los carros de bueyes de este modelo porque la prohibición de acceso de ruedas con llantas de hierro a las carreteras “Redia” y progresivamente a otras de menor nivel, apartó a los carros de sus incursiones a las urbes y la llegada progresiva de los tractores hacia 1960, los condenó definitivamente a quedar en cocheras y cobertizos e irse pudriendo.
Aquel sonido ha sido reivindicado por algunos creativos hasta el punto de que se le ha querido dar la dimensión de “elemento del paisaje”.
Así, la película recién estrenada “O Gemer”, de Xabier Erkizia, se ha filmado en Brasil, donde aún quedan amantes del gemido de los carros que se congregan anualmente para recordar esa música que en Euskera se llama “orrú” y que cuando es intensa, variada y continua, toma la forma plural, “orruta”, siendo posible que el nombre de la ruta, de ese itinerario que algunos repiten continuamente, no venga de la ocurrencia hiperculta que nos dicen, sino de que en los entornos de circulación intensiva de carros, el paisaje resultaba vestido por una capa de sonido que solo se interrumpía los domingos.
La aféresis de la “o” inicial, dejó la serenata carretera de la “orruta” en “ruta” voz contundente aunque hoy en día superada por su derivada la rutina. ¿Bendita?.
Se está tratando de conseguir un registro sonoro del ruido de un carro de bueyes.

Sobre el autor

Javier Goitia Blanco

Javier Goitia Blanco. Ingeniero Técnico de Obras Públicas. Geógrafo. Máster en Cuaternario.

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