Parte de mi adolescencia y juventud (de los 15 a los 18 años) los viví en Zaragoza, donde nadie (de Bachiller para arriba) dudaba que su nombre original era Salduba y que tras pasar Cesar (Octavio) una noche en la ciudad, los cientos o miles de almas que vivían allí, los que comerciaban con la ciudad y los que la visitaban decidieron ponerle Cæseraugusta, desde entonces y con no pocos esfuerzos de “tecnología lingüística” y con un fallo general de la memoria de los locales, en unos doce siglos (cuando aparece escrita así por los administradores musulmanes) llegó a ser la Zaragoza de hoy.
¿Puede alguien medianamente inteligente creer que esa historia es algo más que fantasía?.
Fantasía soportada por todo un prodigio de falso recorrido científico rubricado por generaciones de académicos y sobre el que se proyecta el misterio de porqué no hay cientos de ciudades llamadas igual a lo largo de los itinerarios del césar viajero de turno.
Como geógrafo, una de mis aficiones ha sido la de hurgar en mapas, códices (y ahora en las enormes bases de datos del Instituto Geográfico Nacional de España y en los equivalentes de estados cercanos).
Cualquiera sabe que las grafías nunca han sido capaces de reproducir los sonidos del momento, pero cuando se analizan cientos, miles de casos, se ve que ni son tan malas ni las alteraciones son tan disparatadas como nos explican los etimólogos de postín desde San Isidoro hasta Menéndez Pidal, Michelena, Tovar o Agud.
Como uno de los pasos previos en Toponimia es el de recorrer cuanto más territorio posible para comprobar si en el nombre investigado hay partes, secuencias o el nombre íntegro se repite en otros lugares, empiécese por ahí el trabajo sobre Zaragoza, dejando aparte lo que dijera Plinio el Viejo sobre Salduvia, donde quieren entronizarla los cartógrafos de ahora o lo que interpreten los arqueólogos sobre las monedas que dicen rezar Salduie, con una “i” que muchos la ven como “ll” o incluso “ñ”.
En este breve artículo se resume un viaje por España, Portugal, Francia, Marruecos, Túnez y Malta, donde he recopilado nombres exactos o muy parecidos a Zaragoza y donde se han dejado sin mencionar numerosos nombres que denotan familiaridad, porque no hay voluntad de espantar a los que empiezan a leer estas notas.
La cuestión es que con los nombres de lugar, digan lo que digan los humanistas redomados las apelaciones de los sitios no son accidentales ni aleatorias ni se refieren casi nunca a grandes personajes sino que encierran un significado que suele estár relacionado con aspectos del medio físico: Relieve, litología y geología, morfología, modelado por tectónica, agua y viento, facilidad de paso… y en menor proporción con los contenidos vegetales, como en este caso.
En este sentido, no hay que olvidar que la cobertura (la vegetación) del teatro de operaciones de nuestros antepasados paleolíticos, guardaba pocas similitudes con la flora actual en la que la mano del hombre lleva varios miles de años condicionando las formaciones, bien porque elimina ciertos árboles (los robles en los últimos dos siglos en Euskadi o las “olmas” en Castilla y León…) o porque al haber diezmado la fauna original, ha trastornado totalmente las condiciones de bosques, praderas y zonas de transición y apenas quedan algunos lugares no perturbados que sirvan de referencia.
Otrosí hay que decir de las amplísimas zonas de inundación primaverales que se han formado a partir de esos puntos en que los arroyos y torrentes dejan de comerse la tierra, para empezar a repartirla en vegas, barras, conos, abanicos y valles, extensísimos valles.
Ni que decir tiene que las ingentes obras de embalsamiento de agua realizadas –sobre todo- desde hace 150 años, han hecho desaparecer numerosos valles por la obvia inundación de los vasos, pero también muchos mas entornos de esa frontera entre la tierra y el agua, por la modificación del régimen de los ríos y por las obras agrarias, desapareciendo de la vista y de la memoria formaciones que llevaban interesantes mensajes toponímicos.
Antes de iniciar el viaje físico en el que buscar nombres con parentesco respecto de Zaragoza, es interesante hacer lo mismo con los posibles parientes de “Augusta”, por si acaso César u otros grandes hombres hubieran dejado recuerdos parecidos aquí o allá.
Y en toda España, solo aparece un micro barranco llamado “de la Augusta” en un lugar remoto al sur de Valdepeñas de apenas cuatro hectáreas.
Las demás Augustas, son de “delirio cultural” como las relacionadas con la Emérita Augusta: La Calzada desde Córdoba, un tramo de la supuesta Vía Augusta en Los Monegros, la avenida de ese nombre en Barcelona y una urbanización en Écija.
“César” es otra cosa, apareciendo una docena larga de veces y haciéndolo bien solo o bien como Don César, Tío César, también en plural, Los Césares, (un “malpaís” en el Campo de Níjar ), señalando fuentes, casas, cortijos… e incluso hay un pueblito burgalés que se llama Cubillo del César y una urbanización de casitas adosadas en Torrelodones llamada Jardines del César que hace sospechar que su nombre tiene un notable componente comercial.
Conclusión, “augusta” es posiblemente una alteración de “agusta”, forma mucho más abundante y no es un nombre que diga nada en Toponimia. En cuanto a “césar”, no siendo probable que César fuera a fundar la aldea de Cubillo ni a retozar al Malpaís de Níjar, hay que pensar en repartir las casas de César entre algunos César que pudieron ser populares, y el resto asignarlas de momento a algún accidente geográfico aún no descubierto.
Pero la cosa es distinta si el objetivo es Zaragoza, porque en ese viaje y en una primera pasada, por España aparecen 47 Zaragozas o “casi zaragozas” (ver tabla al final con sus coordenadas y huso correspondiente) y más de una docena en los otros países.
Malta tiene un topónimo neto, “Zaragoza” y un “Ta Saragún”.
Francia tiene Saragousse y Salagosse.
Túnez, Zarawuah (Zaraguá) y Saragat.
Portugal, Sabugosa, Carragosa, Salgosa y Saragoçal.
Entre las zaragozas españolas, hay cerros y lomas, como cerca del río Sever, en Cáceres, la de Zarago en Sierra Nevada (Granada), Zarapuz en Estella (Navarra), Zaragoza en Vinroma (Castellón) y Puig d’en Saragossa, en Santa Ponça (Mallorca), puerto de Zaragozilla en Calatayud (Zaragoza).
Hay Collados como el de La Zaragozana, también en Sierra Nevada; hay planas como Saragorda en Igualada (Barcelona) o Saragossa en Alguaire (Lérida), hay muchos arroyos, ramblas hoyas, fuentes y barrancos, como Zaraguit en Guadix (Granada), Las Zaragozas en Santa Eulalia (Teruel), Zaragoza en El Carpio (Córdoba), Zaragozas en Benalmádena (Málaga), Real Zaragoza en Ojén (también Málaga), Saragorría en Artajona (Navarra), Del Zaragozano en el río Turia (Valencia), Del Val de Zaragoza en Sariñena (Zaragoza), La Zaragoza en Cañaveras (Cuenca), Hoya de Zaragoza en Basconcillos (Burgos), Fuente La Zaragozana en Gudar (Teruel); hay balsas como la del Zaragozano en Carcaixent (Valencia).
Hay valles como el de Zaragoza en Castejón de Valdejasa (Zaragoza) que vierte al río Arga, el de Valdezaragoza en Sariñena (Huesca) o el de Val de Zaragoza en Ayllón (Guadalajara) y los Valejos de Zaragoza en Valmadrid (Zaragoza).
También hay playas como Zarautz (Saragus) (Gipúzkoa) y Real Zaragoza en Marbella (Málaga) y huertas como la de Zarago en Sierra Nevada.
También hay muchos topónimos indiferenciados como Piedra Zaragozana en Adzeneta (Castellón), Zaragozanos en Rúbena (Burgos), Zaraguhit en Guadix (Granada), Zaraut en Zúñiga (Navarra), La Zaragoza en Madrigal (Ávila), La Zarau en Tafalla (Navarra) y Galzaragoza en Narbaiza (Navarra), Zaragoza en Martioda (Álava), Zaragocilla en Gallocanta (Zaragoza), Zaragocejo en Sigüenza (Guadalajara)… y la matriz en Zaragoza capital.
La Zaragoza maña está edificada en un lugar singular del Ebro, prácticamente el único punto al cual acometen “en ángulo recto” un afluente del Norte, el Gállego y uno del Sur, el Huerva. Esto aporta una condición diferencial a ese entorno de un río relativamente encajado como la mayor parte de los españoles, creando el mayor ensanchamiento aluvial y el más profusamente regado de sus más de 900 kilómetros.
Desaparecidas completa y tempranamente por influjo de la primitiva agricultura las formaciones vegetales que dominaban esta clase de biotopos, sus denominaciones han desaparecido del lenguaje popular y han sido olvidadas, de manera que esa terminología solo es manejada en documentos de análisis ambiental aunque permanece fosilizada en la Toponimia con lexemas que pueden ser identificados y cuya morfología puede –aún hoy- ser testigo de formaciones anteriores (“xar, sar, jar, char” aparecen en miles de lugares como Xaragua, Xaravedra, Xardín, Xargosa, Xarrantxeta, Sarabia, Sarabilleta, Saracoy, Saramagoso, Jaragorda, Jaraíz, Jarama, Jardín, Jaruste, Charaíz, Charamilla, Charas…), recordándonos que existían un tipo de jarales diferentes de los xerofíticos actuales, jarales que dominaban zonas frescas y que junto con los sotos arbolados y los bosques-galería ocupaban el territorio cercano a los cauces, donde los suelos eran profundos y la biocenosis, intensa.
Hoy termino de escribir este ensayo que dejé empezado en 2011, cuando tras una primavera húmeda me fui a recorrer el Río Jardín al sur de Albacete, viaje que recomiendo a todos aquéllos que crean que “jardín” es un galicismo como nos dicen con insistencia los pedantes asesores de la lengua.
Zaragoza, como todos los topónimos admiten variedad de formas en las cuales descomponer sus aglutinados nombres. He ensayado varios, pero la forma que me muestra mayor coherencia tras recorrer su entorno en mil transectos, tras compararlo con cientos de lugares que “huelen a lo mismo” es “sar ago tza”, donde el lexema inicial se identifica con “jaral”, el intermedio expresa una persistencia tozuda, es decir se refiere a una formación vegetal difícil de erradicar y el final, habla de su multiplicidad, de que el entorno es amplio y el fenómeno es reincidente: Lugar de los jarales persistentes.
Relación de nombres y coordenadas de lugares que remedan Zaragoza.
Me pregunto entonces si esa partícula -ago- estará emparentada con la expresión «a gogó», que hoy en día significa en cantidad…
Así, a primera vista me parece que no. Relaciono «a gogó» con el anglicismo «go, go», esto marcha… en los años 60 cuando empezaron a llegar turistas a la Costa del Sol, pero lo estudiaré. El «ago» del Euskera es como el «ego» de estancia, ausencia de dinamicidad.