Conocí La Moraña un otoño hacia 1990 mientras buscaba un trazado viable para una gran línea eléctrica que partiría desde Salamanca y para dos subestaciones ya en tierras abulenses y aparte de los inmensos horizontes, lo que más me llamó la atención fueron los numerosos lavajos que se recuperaron del verano con las primeras lluvias otoñales.
No conocía ese nombre, pero lo recordé con facilidad, como si trajera un mensaje del pasado y deseara volver a ser usado: Lavajo.
La Moraña es un gran territorio de casi cincuenta por treinta kilómetros (imagen de portada) en tierras de Ávila, una gran explanada de la submeseta Norte con cotas que rondan los novecientos metros, sin apenas cerros -a diferencia de otras comarcas- y drenada por ríos muy pacíficos que bajan de la Sierra de Ávila derechos al Duero: Almar, Zapardiel, Arevalillo, Pinarejos y parcialmente el Adaja, aunque -quizás- lo más llamativo es la cantidad de lagunas, de restos o indicios de ellas y de lavajos que hay por todo el territorio: Laguna de la Cuba, de las Heras, Lavajo Salado, laguna Los Lavajares, Laguna del Hoyo (El Oso, en la siguiente imagen), Laguna Redonda, Laguna del Bohodón, del Regajal… además de innumerables lavajos que completan una hidrografía muy peculiar.
Laguna de El Regajal
Los que se dedican a estudiar la etimología, han sido tradicionalmente propensos a creer que su nombre, Moraña, era reciente y procedía de “Morania”, estando relacionado con “tierra de moros”, pero aparte de la posible semejanza en sonoridad, no hay nada que soporte esta suposición relacionada con los mecanismos de repoblación tras la Reconquista. Hay otra corriente moderna que apunta a orígenes “prerromanos” sin querer mencionar el vascuence, por ejemplo, la que explica Moraña desde Munio-arania con “munia arania”, munia, “muña” del vasco colina y “aran”, llanura, pero el caso es que en este territorio las colinas o cerros no son tan frecuentes como en otros territorios mesetarios, por lo que tampoco es convincente.
Si hay -en cambio- relación con una voz prerromana olvidada con la que se denominaba a las pequeñas lagunas y ojos ocasionales o persistentes, “lam”, raíz que perdura en amplios territorios con estas formaciones, como “ A Manchica, La Mancha, La Manchada, La Manchega, La Manchadera, La Manchadilla, Las Manchorras, La Manchilla, La Manchita, La Manchona, La Manchuela, Las Manchas, Las Manchorras y numerosas más en las que se ha suprimido el comienzo, creyendo que era un artículo, como en Manchones, Manchao, Manchego, Manchuelas, Manchanares, Manchagil, Manchallana, Manchón, Manchones, Manchoya…
“Lam a” era una poza, un hoyo que recogía aguas de escorrentía y bajo la cual podía haber agua freática y en esta zona geográfica pasó a llamarse “lab a” en un proceso bastante frecuente de trasiego “m x b”; “laba”, que con el adjetivo “ʤo”, pequeño, limitado, se conservó como “labajo”, que la ortografía corrigió y perpetuó como “lavajo”.
“Ora” equivale a presencia, persistencia, de manera que “lama ora” es ya una frase que advierte que hay charcas y que son características y si se completa con “aña” desinencia multi semántica que también conlleva el significado de capacidad o ámbito, resulta que “lama ora aña” describe el territorio que se caracteriza por sus lavajos, un descriptor mucho más antiguo y que en origen comenzaba con “la”, pero que el proceso cultural suprimió como en infinidad de casos, creyendo que se trataba de un artículo.