Pocos consensos habrá tan sólidos como el que aúna las tradiciones griega y latina para explicar el “spiritus” latino como un soplo de aire a partir del verbo “spiro”, con lo que se enlaza la creación de vida con la espiritualidad uniendo psicología y teología.
Espíritu se dice en castellano y de formas muy parecidas en todos los idiomas cercanos, “esperit, spiritu, esprit, espirito, spirtu, spirit…” enlazando la idea del soplo con el “pneuma” griego, si bien algunas lenguas germánicas lo enlazan mejor con “geist”, agitación.
El euskera suele quedar fuera de todas las discusiones etimológicas, más porque hay una ignorancia absoluta sobre el idioma en sus fases radicales o iniciales y un gran complejo de inferioridad entre sus agentes con relación al latín, pero una revisión del vascuence nos lleva a reconocer que “espe” es un concepto que ronda entre el anhelo, el deseo, la motivación… y “igitu” es el impulso, la agitación, el estímulo, por lo que en conjunto, “espe igitu” (se pronuncia “iguitu”) es el acicate que da energía a los deseos, lo que mueve a las acciones; en resumen lo que transforma un estado perezoso en una explosión de acción, lo que mueve algo parado, lo que da vida a lo inanimado.
El paso fonético de “espeiguitu” a “espíritu” es fácil de entender, siendo posible que este concepto fuera muy anterior al desarrollo del latín, que estuviera en las lenguas prerromanas como algo cotidiano y luego se le dotara del toque místico.