Estrenar

En este mundo de excesos de consumo, todo el mundo identifica “estrenar” con vestir por primera vez una prenda nueva o salir del concesionario con un coche flamante a correr los primeros kilómetros. Imagen de joven estrenando ilusionada.

Casi todas las lenguas cercanas usan para el estreno, voces como “premiére, a premiere, da premjery, za premiera, til premiere, a lá prémiere, na kanei premiera, to premiere, per la primera volta, per la prima, biex premiere, a avea premiera…” y hasta el latín usaba “ut premiere”, mientras solo las lenguas de Iberia usan estrenar  o términos casi idénticos (el portugués, “para estrear” y el euskera “estreinatzea”), pero aún con tanta evidencia, Esteban Covarrubias ya quería asignar al latín el origen de ese concepto; así, en su “Tesoro”, sin encomendarse a Dios ni al diablo y tras unos latinajos incongruentes, el padre autor del primer diccionario lexicográfico, se pronuncia para sentenciar que el vocablo estrena, es latino.

No solo estaba equivocado, sino que indujo a muchos otros mediocres a seguir reproduciendo semejante error, de manera que aún hoy, si bien el DRAE suele ser prudente a la hora de asignar orígenes no soportados por la lógica, hay blogs y páginas como “Etimologías de Chile”, que se tiran al pozo del latín convencidos de su superioridad, explicando que en origen, “estrena” significó “buen augurio”, cuando -en realidad- esta voz no se detecta hasta el siglo XIV (1335), seguramente del latín clerical y tomada del euskera, el mismo origen que las acepciones portuguesa, gallega, castellana y catalana.

¿Su explicación?: Elemental. “Hasi” es la forma nativa y principal de la idea de comenzar, empezar, arrancar.

“Has te” es el acto práctico y efectivo del comienzo y “ena” es un genitivo que hace referencia a la correspondencia con el inicio.

La introducción de consonantes intervocálicas -como la erre- para mejorar la dicción en la aglutinación, crea “hasterena”, cuya prosodia suena “estrena”, explicación incontrovertible de un acto novedoso.

Que Covarrubias lo relacionara con los aguinaldos de comienzo de año y quisiera aplicarle un toque mágico de buenos augurios… es lógico en la mente de aquel clero, pero no hay motivo alguno para seguir con fantasías de ese tipo cuatrocientos años después.

Es una pena que apenas queden imágenes de las campesinas ofreciendo sus productos en los mercados municipales y haya que recurrir a la escuela flamenca… Yo recuerdo en los años cincuenta, las aldeanas con sus cestos repletos, pidiendo con insistencia a los primeros visitantes del mercado y especialmente a los niños que acompañaban a sus madres en una mezcla de euskera y castellano: “Mutil galanta, estreñame”… El inicio de la venta por alguien inocente se consideraba un buen comienzo del día.