Se da por cierto que la atención se origina en el latín “ad tendere”, algo así como “estirarse hacia…” en referencia a alguien que habla y otro que se esfuerza en seguirle, pero hay multitud de indicios que apuntan a que antes de esta atención particular entre personas, hubo épocas en que la atención era una disposición estratégica comunitaria para vigilar ciertos ámbitos o territorios en los que la parte más delicada era el acceso, puerta o “ate”.
Además de en los edificios, murallas, cortas, establos y cosos, los valles y hondonadas, los itinerarios, cordeles y cañadas tenían sus “ate”, nombre que ha quedado en voces complejas como “mendate”, puerto de montaña, zona deprimida entre elevaciones, por donde se transita con más comodidad para cambiar de vertiente, que eran tramos a vigilar para adelantarse a cualquier contingencia. En la imagen, puerto de montaña en el Cordel de las Merinas.
Además, “entz”, raíz que hoy día se refiere primordialmente a la audición, parece que anteriormente se refería también a la observación visual, así “ate entzi” era la vigilancia de la entrada de un entorno variable entre un valle entero, un encierro “entre sierras” o un simple cerco o corta para el ganado. Casi todos los romances y el latín usan voces parecidas para este concepto y esto ha llevado a los estudiosos convencidos de que el latín es lo primero, expliquen en todo el ámbito de estas lenguas, que sus “atenció, attenzione, attention, atención, attentio, atençâo, atentie…”, se originan en aquel “ad tendere” de una sociedad urbana y avanzada, aunque a otros nos parezca más lógico y sustanciado el origen en “ate entzi”, la vigilancia de la entrada.
