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Llegar

Hoy en día todas las acepciones de este verbo tienen que ver con la aproximación a un lugar o una idea.

Los portugueses dicen “chegar”, como los gallegos; los catalanes, “arribar”, muy parecido al “arriver” francés y al “arrivare” de los italianos, pero no tan alejado del “ajunge” de los rumanos que conserva un “ai” inicial pero, -sobre todo- del “advenire” latino que según las tesis latinistas, debiera haberse impuesto.

Buscando referencias, Covarrubias hace cuatro siglos era muy parco y limitaba llegar a ajustar, porque parece que entonces era mucho más usado el “arrivar” para indicar la llegada:

Como mucho, sugiere ir a mirar allegar, donde solo en última instancia se recurre a “concurrir en tiempo y lugar”, idea dominante hoy en día, pero Esteban sugiere con poca decisión relacionarlo con el ligar, unir, porque no debía verlo claro.

Sin embargo, allende -a la que se vuelve después- es definida en el Tesoro como castellana refiriéndose sin dudas a “essotra parte”

Pero desde mediados del siglo XX se fue imponiendo la solución de Coromines imaginada desde el “plico plicui” latino, plegar y -desde entonces- todos la copian con descaro, aunque la explicación muy repetida de que “al llegar se pliegan las velas” y de ahí el significado del verbo, es tan cómica como absurda:

Primero, ¿es que ha habido que esperar a que existan los barcos de vela para que alguien llegara de “allende” por tierra?; llegar ha debido de ser algo muy esperado con varios ritmos o cadencias, desde esperar al cazador, recolector o pastor que lo haría cada día, a los viajeros que pudieran traer noticias en plazos más largos… y lo segundo, ¿Quién dice que las velas se pliegan?…

Una cosa es que se recojan para evitar su flameo y otra que se plieguen y doblen; en conjunto, una solución absurda, una salida “de buque”. Velas recogidas secándose con la brisa., según Sorolla, imagen de portada.

El “arrive” de los ingleses y las formas parecidas de franceses y catalanes, sí que tienen un posible símil marino relacionado con “harri be”[1], echar el ancla, piedra o “muerto”, que pudo haberse puesto de moda ya en momentos prehistóricos, porque también hay otro verbo marinero “derivar” , ir a la deriva, que estaría formado por “deri-dri”, driza, cabo que aguanta las velas y “bæ”, hacia abajo, acción de dejar que las velas caigan y la brisa lleve suavemente al barco “al pairo”.

Pero es en allende, adverbio y preposición donde radica la explicación, que -para nada- está en el “illinc” latino (de este, de allí), sino en el euskera “ai”, roca, hito, referencia y “ende”, entorno próximo: cerca de la señal. La hiperculturación ha escrito “allende” del “ai ende”.

En cuanto a llegar, que es el título de este ensayo y que en vascuence se decía hasta hace muy poco, “aiega”, tiene en sí la explicación de esta voz tan mal enajenada: “ai” se ha dicho que es el referente de lugar, pero “ega-ego”[2] es un adjetivo que transmite estabilidad y permanencia, de manera que “ai ega” es en realidad una frase que está certificando que el agente está en el entorno de “ai”, de la referencia.

Las complicaciones que las cambiantes ortografías aportan a las inocentes voces, hacen con frecuencia difícil ver los orígenes. En resumen, llega viene de “ai ega” que indica que se ha consumado el acercamiento.

[1] “Harri”, piedra; “be” acción de soltar, arrojar.

[2] Relacionado con el verbo actual “egon”, estar.

Sobre el autor

Javier Goitia Blanco

Javier Goitia Blanco. Ingeniero Técnico de Obras Públicas. Geógrafo. Máster en Cuaternario.

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