Si te gusta la etimología y tu inteligencia es exigente, la decepción ha de estar sobrevolando tu ilusión cada vez que pidas explicación de alguna voz que no sea común a los romances o no sea ampliamente compartida por otras lenguas y eso calme tu curiosidad, porque en algunas de las tan comunes que arriba se citan, las explicaciones condensadas de generaciones de lingüistas que han acabado cristalizando en documentos que debieran ser muy serios (como el DRAE), son cómicos para ridículo de ellos mismos y de la institución, que por no ceder a los paradigmas montados desde la época del nefasto Antonio de Lebrija han tratado de montar un circo sobre el único puntal del Latín y son un verdadero bodrio que repugna (mejor, da asco) a la inteligencia.
Asco, esa voz castellana que indica nausea o repugnancia y que viene a ser el “fastidium” del latín, “fástic” del catalán, “dégôut” del francés, “disgusto” del italiano, “nojo” del portugués, “dezgust” del rumano y que ni siquiera el esperanto ha copiado, estando tan firme en la lengua de Castilla como sola en el mundo, así que los etimologistas de carrera o de compincheo, no dan pie con bola para explicarla.
Pero no es que no den ahora sino desde hace cuatro siglos, cuando Covarrubias quería que el asco que viniera del sonido gutural que produce la garganta cuando uno va a vomitar:
Erraba Sebastián y siguen errando los que cobran para enmendar, enriquecer y completar la lexicología y la etimología de la lengua; yerran porque en su microcefalia henchida de soberbia, no cabe la idea de que una lengua que creen marginal y que desprecian, mantenga en su esencia gran parte de las bases del edificio etimológico del castellano, de los demás romances e incluso de su idolatrado latín.
Así, de disparate en disparate, de la aragonesa María Moliner al catalán Joan Coromines y del peloteo entre los banderilleros y monosabios que se pelean en blogs de Internet por remedar a los desaparecidos maestros, van de babor a estribor y de popa a proa como el borracho que -dando tumbos- quiere ensartar la rosquilla en el palillo y llevársela…
Así, si el catalán quería derivarla de “usgo”, odio, la hija del médico de Paniza lo hacía aún más difícil (quizás porque observara a don Enrique tratando a algún leproso), pretendiendo que una de las cincuenta palabras más usadas del Castellano, se originara en el derivado latino “escharosus”, cubierto de costras y de ahí pasaría a asqueroso y nacería el “asco”.
Con frecuencia parece que la capacidad de razonamiento de mucha gente dedicada a las lenguas se ve prematuramente abortada por la adoración que se les impone para con el latín y pierden el sentido del ridículo y la modestia necesaria para decir simplemente…”no le veo el origen a esta voz…”.
Suspenso para ellos y sus métodos, porque además son reincidentes si consideramos que hay otra voz castellana, “asez”, suficiente, casi demasiado… que no descansan (hay una tal Elena Pingarrón especialista en buscar para el gran castellano soluciones en romances y libelos marginales) hasta proponer que su origen es del provenzal “assatz”, -eso, sí-, partiendo del latín “ad satis” y que la cuna está al oriente, en el monema “*sa” inventado para el fantasma del indoeuropeo, monema que no puede significar otra cosa que “satisfacer”, pun to.
Al ”asez” castellano, señora levantina, ni hay que quitarle ni ponerle nada porque es la expresión pura del “ase” vasco, pleno, que no desea más y del sufijo de estado “z”: “Asez”, harto, lleno por hoy.
De igual manera, el “asco”, no debió ser en el principio de las civilizaciones la repugnancia por la costra de una infección, que los infecciosos asquerosos llegamos mucho más tarde, sino el estado debido a haberse pegado una panzada: “ase ko”, algo que -no sabemos con qué frecuencia-, pero también se daba.
Mañana el miedo, ¿vale?.