Este adjetivo no tiene relación alguna con el “ignavus” latino en ninguna de las lenguas latinas, la mayor parte de las cuales (“covarde, covard, couard, codardu, codardo…”) e incluso una de las versiones preferidas del inglés, “coward”, se parecen al castellano cobarde.
La internacional etimologista ha dado un cambio de opinión a partir del final de la ilustración y todos al alimón aseguran que -curiosamente- el origen está en Francia, donde el hecho de que los perros escondan el rabo entre piernas cuando son vencidos, da pie a una bonita metonimia que sirve para que una actitud de la etología animal sirva para llamar a un adjetivo francés.
Así explican que, en francés medieval, “coart” (rabo, cola), que era la equivalente a la “cauda” latina, tomó la forma moderna “couard” y de ahí y el hábito de los canes se creó el “covard” y el “cobarde”.
La cuestión es que ya en francés, si bien aún se usa “couardise” para llamar a la cobardía, para el cobarde, la acepción principal es “lâche” (“lash”), que se suele asociar al latín “laxus” (flojo, blando), pero que en origen procede del euskera “la ez”, sin sujeción; en resumen, el francés extendió la voz al resto de romances y luego la rechazó… Sospechoso !
Si se va un par de siglos atrás y se analiza a Covarrubias, Esteban plantea un origen mucho más lógico para la cobardía, que la relaciona con esconderse en cavas o cuevas en vez de dar la cara, una condición mucho más coherente desde la antropología que el hecho circunstancial de etología animal, que hasta un perro bravo corra rabo entre piernas si se encuentra con otro superior.

La filosofía del euskera puede ayudar a entender este planteamiento, ya que cobarde en euskera se dice “koldar”, expresión de la que se ha perdido la esencia, pero cuya etimología se basa en “kol” hueco, coladero, escondrijo y “dar, tar” como sufijo, es quien es habitual en tal entorno, tesis más cercana a la sugerencia de Covarrubias y que toca un aspecto psicológico evidente. El cobarde se esconde y evita todo enfrentamiento.
