Espía, guardar, falda…
A continuación de la “azotea” que aparecía en la “instructiva” hojita del taco del último día de Junio (2024), se citaban varias palabras más, unas definidas como germanismos; otras como anglicismos, lusitanismos, además de las numerosas de origen árabe.
Hoy se va a profundizar en estas tres (que ya en el bachiller las estudiábamos como de origen godo), para denunciar lo endeble y parcial de los indicios y razonamientos que llevan a los académicos a escribir, enseñar y exigir este tipo de decisiones.
Nos dicen que el espía procede de una voz germánica tal que “spähen”, echar una ojeada, aunque en realidad como se dice en alemán sea “blick”, “einblick” ó “sehen” (también “spioneren”, pero menos), aunque mirando al Sur, los británicos prefieren creer que su “spy”, viene del francés antiguo “espier” y éste (según los galos) es de etimología incierta, aunque pudiera haber llegado del latín vulgar no documentado “spiö”, que lo habrían tomado del fráncico “spehon”, mirar.
Mucho lío.
El espionaje se ve hoy por estos sabios y se veía hace ya cuatro siglos, como una actividad “castrense” como decía Covarrubias aunque a él le pareciera de origen griego… pero ¿ha sido la guerra el origen de la observación que se hace con extrema discreción para que el agente espía no sea descubierto o desbarate el proceso?
La guerra entendida como el enfrentamiento violento de grandes grupos, es un sucedáneo de la civilización agraria cuya esencia es la apropiación de territorios y la progresiva y creciente negación de acceso a esos lugares a grupos o tribus que anteriormente circulaban por ellos, pero esto no ha sucedido así hasta la transición entre Neolítico y edad de los metales, casi ayer, pero la vigilancia sistemática y discreta ha tenido que ser una actividad imprescindible para que los humanos hayan consolidado desde la caza a la pesca y desde la doma otras mil actividades de pasatiempo o supervivencia que han servido para llegar a donde estamos y para exhibir la superioridad humana en todas las latitudes de este mundo.
Quien no haya sido cazador, quien no haya tenido que vigilar las comadrejas que entraban en su gallinero o simplemente la implantación apresurada de un avispero, es más fácil que se crea las explicaciones insustanciales de las enciclopedias, que las basadas en cuestiones de paciencia, etología, supervivencia o simple ecología y lógica.
En euskera, a la luz de los astros o a la que se manifiesta en forma de rayo, se le llama “iz”, a diferencia de la difusa (claridad) o a la que parte del fuego, que es “argi”.
“Izpi” es un minúsculo rayo de luz que se cuela entre las hojas de un bosque, por la grieta de un tejado o el hoyo de una cueva y ese fenómeno, que -a la inversa- permite mirar por un agujero mínimo y observar sin ser advertido cómo se besa una pareja que se cree protegida de curiosos o cómo se asea una vecina…, es decir, mirar por donde se cuela la luz, es “izpi” (se pronuncia ispi) en Euskera. Portada.
Voz del mismo origen, es el espejo, que se atribuye al complicado “speculum” latino que se acaba adjudicando al “cajón de sastre” del indo europeo, donde los sabios carroñeros se pelean por saber si la secuencia buscada (y no encontrada) es “spk” ó “skp” (spek ó skop), en lugar de ir al Euskera, donde al espejo se le llama “ispilu, haciendo malabares nuestros propios académicos para que parezca que deriva de “speculum” en lugar de asumir que “iz bil”, significa recogedor, captador de la luz y que antes de los cristales azogados o de plata brillante, nuestros antepasados se dieron cuenta de que simples cristales de yeso o de la calcita que llaman “espato de Islandia”, tenían la propiedad de hacer rebotar la luz del sol, enviándola a un lugar oscuro.
A eso llamaron “is pill u”, captador del rayo de luz. Para mirar su belleza tenían los pozos de agua serena.
Para el verbo guardar, que solo los catalanes comparten y los franceses y occitanos usan como “sauvegarder” y “gardar” (aunque a los primeros les guste más el “préserver”), que en latín se manejaba como “serva”, la mayor parte de las llamadas lenguas latinas usan variantes de “tenir”, “mantener”, los germánicos con “holde, halda” y otras del estilo, mientras las lenguas védicas, el griego y los eslavos y celtas tienen formas muy distantes, nuestros académicos venden mayormente que su procedencia es del germánico. Punto.
Así postulan que es copia de “wardon”, vigilar, asociada a una supuesta raíz indoeuropea, tal que “wer”, que entre otras diez cosas, debía usarse para el acto de esconderse… y que el concepto se alteró hasta significar la conservación o la guarda de algo.
Sugieren que en vez de usar el “halten”, las variantes citadas arriba, o las casi treinta formas de los germánicos de referirse a la custodia, el control, amparo y vela, se cogieron algo más parecido al “wahren” (que se pronuncia “fagen”), siendo curioso, muy curioso, que los vascos usen en todos sus dialectos el “gorde” y que la expresión genérica del espacio de confinamiento para el ganado, sea sospechosamente “korta”, voz equivalente fonéticamente a “gorde”.
De la geografía de los lugares que usan “guarda, garda, gorde” con centro en el País Vasco y de su ausencia en el resto, se puede pensar que el ganado fue en la prehistoria el bien más preciado a conservar y que durante los largos itinerarios en busca de pastos, las tribus reincidían en lugares como descansaderos, cerros, sierras y sesteros, que poseían cierta facilidad para montar zonas en las que poder confinar a algunos elementos del rebaño o incluso a todos, para mantenerlos reunidos evitando momentáneamente la dispersión
Cada uno de estos espacios tenía alguna característica favorable, por ejemplo, muchos cerros, tienen un acceso a la mesa, pero sus parades son cortadas, así que los animales son fáciles de confinar.
Igual sucede con algunas sierras pequeñas, cuyo nombre no procede de la herramienta de carpinteros, sino de la facilidad con que dos o tres sierras cercanas, formaban una especie de cercado, un cierre.
En ambos “zerr” es el verbo cerrar en Euskera que no viene del cerrojo latino (“sera”[1]) como se pregona en los entes avalados por la academia, dando el cerrar castellano, pero no el “tancar, pechar, fermer…” de catalán, gallego o francés; es decir, la idea de guardar, contener solo aparece en Euskera, donde hay multitud de derivados:
Gordagailu Madriguera, cubil.
Gordaidu Acopio.
Gordailu Reserva, arsenal.
Gordamen Encubrimiento.
Gorde Guardar, conservar, ahorrar, ocultar…
Gordeezin Incumplible.
Gordegi Caverna.
Gordekeri Secreto.
Gordeki A escondidas.
Gordetzaile Encubridor.
Se duda sobre si el origen inicial pudiera venir de “kor da”, amarrado, atado, a partir de “kor” (con “r” simple), nudo y el participio “da” o si en algunos entornos se ejecutaría una zanja o “korr ta” que el ganado no era capaz de superar, como aún se hace hoy en día, resolviendo el paso para los humanos sobre ella con la reja que se llama vulgarmente “cierre canadiense” y que el ganado no se atreve a superar.
Imagen.
En cuanto a la falda, el ingenio de nuestros académicos lo ha resuelto con razonamientos de Perogrullo, basándose en el “fold” germánico, doblar, plegar e inventándose un proceso ridículo consistente en doblar la capa y amarrarla a la cintura para explicar cincuenta mil años después, la que ha podido ser la primera prenda usada por hombres y mujeres indiferenciadamente, una mera tira de piel atada a la cintura y que protegiera “las vergüenzas”[2] de vistas y daños.
Falda o faldilla, solo se usa en catalán, aunque a muchos puede hacer gracia que los andaluces digan “farda”, forma que también se usa en Sicilia, mientras la forma latina, “lacinia”, no se repite en ningún romance, lenguas vecinas que prefieren voces del tipo “gona, gonela, saia, jupe, fusta…” ni los germánicos y védicos más lejanos, que se parecen a “skirt, skart…”, apareciendo solo en algunas recreaciones del Ligur, algo del tipo “fada”.
Con este material, es absurdo recurrir al “fold” y al pliegue, siendo mucho más verosímil que una raíz perdida del Euskera, relacionada con la flojedad o flacidez, “fa”, complementada con “aldæ”, lado, flanco, hubiera dado “fa aldæ”, falda, para designar las partes laterales de la res después del costillar, que presentan una morfología floja y por analogía la prenda llamada falda.
Ver figura, donde se señala la falda con trazos.
Esta “lateralidad” se ha conservado en una forma actual de llamar en Euskera a las faldas, “zaia”, al tiempo que otra forma muy corriente es “gona”, compartida con algunas lenguas y que parece derivar de su función superior o de cobertura de las sayas inferiores, “go ena” es la que cubre, aunque todo esto no explica el porqué de la pérdida del original “falda”, como no sea por el rechazo progresivo al comienzo de palabras por “f”.
[1] Cerrar es “claudare” en latín.
[2] Que no vienen del latín “vereri”, honrar, sino de “berga” y “kune”, pene y coito.