Señor, señora.
La “ingeniería lingüística” aplicada a la etimología de palabras de lenguas latinas y germánicas, tiene uno de los ejemplos más escandalosos en el arquetipo social “señor”, una de las voces más repetidas en la vida normal y en los documentos.
El “domus” latino apenas tiene un lejano paralelo en el “domnule” rumano[1], país donde menos tiempo fue estable el imperio romano, mientras todas las demás lenguas latinas usan variantes de señor (senyor, signore, monsieur, sénher, senhor…) y no aparecen por ningún lado indicios de que el “kýrie” griego ni las formas godas (“herr, hr, här…”) aporten pista alguna, que solo pudiera verse en algunas variedades eslavas (“ser, sèr…”) o en la británica “sir”, todas ellas muy lejanas y sin posibilidad de explicación.
Tampoco las lenguas de más allá del Indo aportan sugerencia alguna, así que los sabios oficiales que buscan en el indoeuropeo han concluido que si bien no ha aparecido la fuente, hubo de haber en él una voz radical tal que “sen”, que significaría “viejo” y de ahí salió el acusativo latino “seniorem” y luego todo lo demás, una vez que el socorridísimo “Latín Vulgar” (que nunca existió) creó y popularizó “seior” y la eñe lo hizo señor y sus variantes mencionadas arriba.
Esto merecía un buen respiro porque el latín mantenía su prestigio y se podía continuar con orgullo la saga de los “mon sieur”, “sire”, etc.
Y eso es lo que se escribe, enseña y exige en los exámenes, pero todo en ese planteamiento es erróneo; el señor no tiene porqué ser viejo, hay amos, dueños, jefes, mandos y patrones que no lo son y el origen no está en el imaginario indoeuropeo ni ha pasado por el latín ni por el fantasma del latín vulgar, sino que está en la lengua vasca, pero, ¿se ha humillado alguien de talla académica a buscar en el Euskera?
La explicación, tan sencilla como contundente, explica los valores antropológicos en que evolucionaba esta lengua, donde la principal forma cariñosa y protectora de llamar a un descendiente, es “sein”: Niño, infante, criatura… y el adjetivo sufijal “or” que indica crecimiento[2], consecución de talla, añadido a ese sustantivo, da “seinor”, “señor”, que es la forma que se puede considerar canónica y prácticamente invariada desde hace milenios.
“Seinor” era el hijo que había sobrevivido y crecido y ya podía asumir responsabilidades, era la esperanza del grupo en una antigüedad en la que -a diferencia de ahora- la cadena de la descendencia era uno de los valores referenciales, motivo de alegría en los nacimientos y de satisfacción por la perduración del grupo y su cultura.
No debería ser de extrañar este origen de la voz, ya que otros sinónimos como “amo”, “dueña”, “jefe”, “caudillo”, etc., son del mismo origen.
Senior.
[1] Los rumanos dicen que el ilirio Aureliano fue quien puso de moda llamar “dominus” (padre de familia) a los gobernantes.
[2] “Or” figura en infinidad de voces vascas y castellanas con indicación de elevación: Tutor, alcor, humor, amor, honor…