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Cangrejo, carabinero.

En vísperas de Navidad, los crustáceos están carísimos, pero nuestros antepasados comían algunas especies -por lo menos- con igual fruición que nosotros; esto es lo que cabe interpretar de los registros arqueológicos de hace unos 6.500 años en algunas cuevas en la costa de Emiratos, donde se han conservado las pinzas de infinidad de cangrejos. Imagen.

Si los pescaban y los comían, es seguro que tendrían nombre y que -además- sabrían muchas otras cosas de ellos, aunque a historiadores y arqueólogos suele gustarles pensar que nuestros antecesores eran rudimentarios y de escasa capacidad social.

El castellano cangrejo, es idéntico al “cangrexo” gallego y al “caranguejo” portugués, pero pronto se inicia otra rama que lleva la consonante doble al principio y abarca desde el “cranc” catalán y occitano al “krab” ruso y holandés, el “crab” inglés, pasando por el “crabe” francés, el “granchio” italiano y el “grancu” corso, además de que noruegos, holandeses, polacos, alemanes y suecos le llaman con poca diferencia, “krabbe-krab”… hasta que una tercera rama, como el “karab” árabe, lo  suaviza sin consonantes dobles, como algunas lenguas de India (“karaca…”)

Muy diferentes son -como es frecuente- el finés, húngaro, irlandés…, difíciles de relacionar e incluso el griego, que le llama “καβούρι” (kavuri).

El latín no es de los más cercanos con esa “n” en medio de su “cancer, cancri” por mucho que nos digan los sabios de las letras que viene directo de la forma griega “carcinos” que era la enfermedad del cáncer, justificando su proximidad estética a los cangrejos por la forma de núcleo y patas con que avanza esa enfermedad degenerativa que aprecian de “aspecto cangregil” los que tienen devoción al griego. Imagen de cáncer de vejiga.

No es imposible, pero a partir del euskera se ven otras posibilidades.

El nombre genérico de los cangrejos en esta lengua es “karramarro”, aunque a las dos especies más consumidas y al plato ya elaborado, se le llama “txangurro, zangurro, sangurro…”[1], habiendo otros nombres, ya para especies concretas[2], cumpliéndose en varios de ellos, que coinciden uno o dos descriptores o formantes; uno que cita “amar”, número de patas o pedúnculos que son característicos (10) y otro que se refiere al arrastre de su cuerpo dejando trazos; “karr”[3], algo así como las “track” del inglés. Imagen.

La explicación oficial continúa su viaje imaginario planteando que en el periodo de “lengua romance” se generó algo como “cangro” a partir del “cancri” y con el sufijo despectivo-diminutivo “ejo”, quedó para siempre.

Dos pasos difíciles de asumir; primero que hubo de haber cáncer y cirujanos que extrajeran el tumor y le encontraran parecido a los cangrejos que a la sazón (quizás en la Grecia clásica…) deberían carecer de nombre… segundo postulado absurdo, pretender que hubo de haber una sociedad civil avanzada…¡Para poner nombre a un cangrejo!.

Frente a la tradición cultista que pretende que griego y latín generaron casi toda la nomenclatura de nuestra civilización, el euskera en combinación con otra inteligencia y memoria plantea cuestiones muy interesantes. Por ejemplo, de la infinidad de crustáceos, todos muy sabrosos, tómese el carabinero, especie superior a todas las demás si se pondera su considerable tamaño, el elevado porcentaje de carne y su inolvidable sabor.

Especie de gamba roja de las profundidades del cantil continental que hace tan solo treinta años apenas era conocida por los sibaritas y por los vecinos de algunas costas, pero que ahora puede degustarlo quienquiera que esté dispuesto a pagar 150 € por seis unidades…

 

Solo los portugueses conocen a esta golosina del mar con un nombre parecido al castellano: “Carabineiro”; los demás, le llaman desde gamba escarlata a gamba roja, o brillante, con frecuencia confundida con la “gamba moruna”, nada que ver con esta gollería.

Su nombre griego “aristaeopsis”, aplicado por J.Y. Johnson hace siglo y medio, porque Linneo no lo conocía, significa algo así como presencia elegante, lo cual es coherente con su color, brillo, dotación doble de antenas… y sobre todo su sabor. Esta tardanza en su clasificación está relacionada con la escasez con que se pescaba hasta que las redes de arrastre y los barcos para tirar de ellas se hicieron lo bastantes brutos como para arrasar cantiles, corales y otros tesoros, aprovechando que los golosos clientes no veían tales desmanes.

Antes -yo lo he conocido- estos crustáceos se pescaban con nasas, unas cestas que se construían con tiras de avellano y se “plameaban” con piedras tras sujetar en su interior una cabeza o unos corazones de atún y se depositaban en fondos casi abisales en grupos de ocho o diez cestas llamadas “otar, otxar”, por lo que el nombre genérico del crustáceo era “ota arrañ”, pescado de cesta.

Ni que decir tiene que se perdían muchas cestas y las recuperadas había que remendarlas tras cada “marea”.

Semejante esfuerzo hacía que las capturas fueran muy celebradas, especialmente la de carabineros porque eran la especie más esquiva y la más deseada. “Karra abin” lo dice todo; la primera parte describe al animal que se arrastra, “karra” y la segunda, “abin”, lo ansiado, lo esperado.

La desinencia final, “ero” indica la persistencia de esa ilusión; así se tiene la permanencia de “carabinero”, como vocablo reconocible  y fácil de quedar en la memoria en sustitución del “karra abin ero”, cuyo significado de “el rastrero prometido”, se había olvidado. Imagen de portada.

Esa parte inicial “karra”, que figura contracta en los géneros “crab” de varias lenguas germánicas y latinas, con el significado de cangrejo, está directamente relacionada con el euskera, arrastrarse y nuestros “karramarros”, nombre común de los cangrejos, en los que son importantes las estrías que dejan en la arena al arrastrarse (“marrá”), nombre muy lejano del “cáncer” latino.

Es muy probable que “karra bæ”, arrastre por el suelo, algo notoriamente distinto a lo desarrollado por diversos animales por superficies pendientes, verticales o ásperas, como árboles o rocas, llegara a dar nombre al género que al ser tomado en préstamo por otras lenguas, se hizo como “krab”, que fue tomando con el tiempo las peculiaridades de cada nación, perdiendo la erre doble para quedar en “karab” como pasó con el carabinero, pero eso de que las formas griegas, “cavouri, carcinos” estén en el origen, ni aclara ni concluye nada, siendo más probable que “cangrejo” y sus pocos parientes cercanos, se originen también en el euskera “kankar eso”, donde la primera parte equivale al “coco” o cráneo del castellano y “eso” se refiere a las prolongaciones; es decir es una forma cómica de llamarle “cabeza con patas”, característica singular de este género.

[1] Probablemente referido a sus numerosas patas, “zanga”.

[2] Amarratz, kamarra, amarra, zamar, kolaio, mamar, askar, sabaio, aitona…

[3] El transporte sigue denominándose en euskera, “garraio, karraio”, aún cuando hace ciento cincuenta años que las narrias o trineos de transporte, dejaron de usarse en las urbes, aunque siguieron siendo muy recurridas en el agro, bosques y en los entornos de obras civiles.

Sobre el autor

Javier Goitia Blanco

Javier Goitia Blanco. Ingeniero Técnico de Obras Públicas. Geógrafo. Máster en Cuaternario.

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