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Hoces, hocinos y tocino

La toponimia española está llena de hoces, pero la voz pura, “hoz”, solo aparece una vez en una ladera áspera de una sierra caliza al borde del mar en Castro Urdiales; en cambio, con (aparente) artículo o con complementos, lo hace cerca de mil veces.

Portada: Hoces del Ebro y Rudrón.

Lo mismo sucede con el supuesto plural, “hoces” que se acerca a cien casos, pero sin hache… ni una sola “oz”, claro indicio de que los correctores ortográficos no perdonan…; apenas algunos Oza, Ozaeta, Ozores en zonas vascófonas.

Hoces, hoz en Castellano, son -al menos desde el siglo XVI- ciertas zonas donde los ríos transitan por estrechos o angosturas entre roquedos, voz de aspecto prerromano, que los hipercultos tratan de relacionar con curvas cerradas que quieren que se derive de la hoz, instrumento elemental de la siega de los cereales que suena igual, pero que un análisis extenso y profundo desmiente.

Empezando porque esta coincidencia que no se da en ninguna de las otras lenguas latinas, donde el instrumento se llama con nombres muy parecidos al latino “falx-falcis”, “falç, falce, falci, faucille, foice…”, pero los ríos encajonados en desfiladeros, llevan nombres muy diferentes, que van desde un surtido de “ravin, ravinu, ravina…” hasta “congost, barranco, burrone…”, dejando el caso del castellano como verdaderamente “raro” y sin que haya una explicación convincente.

Porque no es de ahora que los eruditos plantearan que “hoces y foces” todas ellas hacían referencia a curvas cerradas de los cauces y procedían de la similitud de tales accidentes físicos con la “falx-falcis” pero que no funciona para el castellano, una de las lenguas más reacias a los cambios fonéticos, explicando ellos que para llegar de “falx” a “oz” ha tenido que perder la “f” inicial, transformarse la “l” en “u” estando en una sílaba trabada y luego en “o” y la “x” en “z”… muy complicado para un útil que desde hace 9.000 años era usado sin interrupción[1].

Hoz antigua.

Así, Covarrubias, referente para muchos estudiosos, veía similitud entre las fauces y las hoces o angosturas  entre peñas y aún entre canales y los hocinos, que se tratan más adelante y su impronta ha colaborado en el despiste monumental de siglos de los sabios de la lengua, que convencidos de la originalidad del latín y de la certeza de las mil leyes fonéticas para adaptar sus voces a lenguas latinas y no latinas, han hecho de ese cuento una forma de vida y una disciplina hermética que evoca a los más famosos prestidigitadores.

En este ensayo se van a tratar peculiaridades de lugares que se llaman Hoz, Hoces y Hocino y también de la herramienta que comenzó como un desafío de artesanos para segar espelta silvestre de vez en cuando y terminó siendo fundamental para la humanidad, tanto que fue símbolo de la mayor revolución obrera que hubo recién empezado el siglo XX aunque ya pasaban cien años desde que el escocés Andrew Meikle inventara la primera máquina segadora.

Imagen modernista de una hoz metálica y opinión de Covarrubias, donde cita la hoz, relacionándola con “faux”, una porción estrecha de la “gula” (garganta, más conocida como “guttur” en latín), que no se da en ninguna otra lengua latina y apenas en la lengua del Latzio.

Sea primero la herramienta, porque de esta hoz y de su evolución desde hace nueve mil años hasta hace apenas cincuenta, se sabe casi todo. El CSIC, tras coordinar el estudio de decenas de miles de piezas encontradas en 80 yacimientos arqueológicos europeos, acaba de explicar que las primeras hoces se hacían con soportes de hueso o madera, con dientes de sílex y resinas varias para fijar las preciosas tallas a sus astas ligeramente curvas… aunque no han podido precisar cómo eran los forros de las empuñaduras. Imagen siguiente.

En cuanto a la etimología de su nombre, lo más cercano es el “ozk” del euskera que significa dentellada, mordisco y su frecuentativo “oz ka”, que, dada la similitud de las hoces de dientes minerales a los incisivos de animales superiores, pudo perder el sufijo repetidor “ka”, quedando simplemente en “oz” para designar al utensilio mordedor que arrancaba haces de mies.

El paso de esta “oz” al castellano antiguo “foz”, al gallego “fouce”, al portugués “foice” y a los demás romances y al latín, pudo ser más plausible que el camino oficial, ya que además de una explicación creíble, la voz va de lo sencillo a lo complejo y no al revés.

Ahora, vamos las formas y al territorio.

“Oxin”, que ha trascendido a los nombres de lugar y a los apellidos, como “ocin, osin, ojin…” es en euskera la designación de una fosa, un hueco o depresión en cuyo fondo hay agua; un pozo, cuya raíz es “os”, como se muestra en El ADN del Euskera en 1500 partículas.

Un adjetivo muy cercano a esta raíz, es “ots”, con significado de estrecho, angosto.

Sería prematuro cerrar conclusiones, pero el análisis conjunto de las formas de los entornos de topónimos de esa familia y de la lengua vasca apunta a que ni todas las “hoces” son curvas (y menos con abundancia de giros), sino tramos cuasi rectos; tampoco todas son estrechos, sino -a veces- muros o circos formidables y lo que casi siempre se cumple en los “ocinos”, es que son tramos de cauces peculiares en los que la intensa modificación de los regímenes de caudales de los ríos (presas de regulación, embalses que afectan a estos tramos, carreteras y otras obras…) , han destruido, cegado u ocultado los numerosos pozos, “marmitas de gigante”, como los llamamos los aficionados a la hidrografía o “river cauldron” como llaman los británicos a las piscinas naturales que conservaban agua durante el estiaje, “os i in”, donde la desinencia “in” se refiere al tamaño grande o llamativo, “i” es un pluralizador y “os” es el pozo o foso, así que el significado viene a ser “rosario de pozos” que los lingüistas han dotado de haches para cumplir una sana ortografía y relacionarlos con el latín.

Imagen de un “os” en estiaje.

Hoces aparece cerca de cien veces, varias como arroyo, barranco, cañada, regato, rambleta… de las hoces, Hoces del Cabriel, del Esva…pero también con algún aparente absurdo como Prado de las Hoces, Quiebrahoces…, donde un paso preliminar debería ser el comprobar la posibilidad de que haya estructuras que favorezcan el eco o la reverberación (“oze”) desde sendas o cordeles, como en este lugar serrano con grandes paredes, donde los ríos Guadazaón, Cabriel, San Martín y Henares[2] confluyen en el embalse de Contreras.

Se señala el lugar de emisión del sonido y las paredes reflectoras.

Además, como se acaba de decir, las Hoces, no siempre tienen curvas, como en estas famosas del río Torío en que la carretera ha acabado desbaratando un lugar que debió estar cuajado de pozas. Mapa e imagen de Google Hearth.

Para otra ocasión se dejan los infinitos lugares como estos Pozo de la Hoz en Valdivielso y cerca de La Roda.

Como contrapunto gracioso, la coincidencia en quinientos metros en las terrazas del Esgueva, lugar con abundancia de fuentes y pozos, de El Hocino y El Tocino, obliga a considerar una posible hibridación de los nombres una vez olvidado el sentido de los mismos y a buscar otros tocinos húmedos.

Luego, entre el Esla y Órbigo leoneses, en los alrededores de Villaestrigo del Páramo, un territorio de imposible mayor freaticidad, nadie puede dudar que El Tocino, se refirió alguna vez a las pozas que asomaban cada primavera.

O la Cueva Tocino, junto a la Laguna de la Morra, en lo más seco de la Sierra Seca, que no debe su nombre a la panceta que pudieran guardar allí, sino a los pozos, otrora abundantes.

Para terminar, La Loma del Tocino, sobre la antigua Laguna Grande, ya desecada y lo que queda de La Redonda, en un lugar lleno de pozos en La Moraña.

[1] Aunque aún no había agricultores estables, los nómadas cortaban el cereal que encontraban en sazón, granos cuyo nombre no viene de la diosa Ceres, sino de “zee ahal”, potencialmente segable sin que se cayeran los granos.

[2] No es el Henares principal.

Sobre el autor

Javier Goitia Blanco

Javier Goitia Blanco. Ingeniero Técnico de Obras Públicas. Geógrafo. Máster en Cuaternario.

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