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Lagos, lagunas, lamas, pozas, pantanos y albuferas.

El empeño por presentar la incidencia de los fenómenos de la toponimia basada en la hidrografía “léntica” con suficiente apoyo gráfico de mapas, fotos y reseñas, escribiendo un ensayo corto, agradable y contundente no resulta fácil por la cantidad de información que se puede recoger en cada uno de los cientos de lugares que a lo largo de milenios y de extensiones enormes y variadas, han dado lugar a nombres igualmente variados, que al irse diluyendo el idioma en que se bautizaron, han quedado asimilados a elementos tan vdiversos de las lenguas y dialectos actuales, que nadie los asimilaría a procesos lacustres.

Imagen de portada, lago de Sanabria.

 

Lugares con nombres tan variados como “lagarto, la gotera, la gonzala, la cocha, la concha, la cocina, la coja, la condesa, la cua, la cuadra, la cuerda, la gomera, la huelga o la coneja”, que se repiten en la geografía española, están originados en fenómenos lacustres, algunos aún patentes y otros en los que los indicios son relativamente fáciles de descubrir.

Buscando la mejor forma de presentar semejante volumen de información, he decidido comenzar por el final, esto es, tratar de explicar cómo era la superficie de la tierra y la vida de nuestros antepasados después de la última glaciación (en Europa llamada Würm); digamos en los últimos 10-12.000 años y cómo la designaban quienes que la recorrían según se conservan notablemente inalterados sus nombres en la Toponimia, para después pasar a los análisis físicos y echar mano del Euskera para tratar de recuperar lo que miles de nombres nos tratan de decir, presentando algunos ejemplos en una serie de ensayos que podrían llamarse “Lagos y sus rastros”.

En esta última parte del Cuaternario, prácticamente toda ella contenida en el Holoceno, los grandes rasgos del relieve del Suroeste europeo no han cambiado significativamente excepto en algunos entornos concretos y lo ha sido por colapsos estructurales, manifestaciones volcánicas y cambios en las redes hidrográficas y en el nivel del mar. Tampoco ha cambiado de forma tan radical como algunos creen las manifestaciones climáticas, reconociendo un gradiente sostenido de suavización de los rigores por frío en el Norte y en cotas altas, a la vez que la aridización aumentaba en entornos meridionales.

Pero a otra escala, la cobertura del paisaje comenzaba a sentir unas acciones diferentes y mucho más agresivas, debidas a que los grupos humanos habían mejorado mucho en la gestión del fuego y el manejo de grandes herbívoros y cada vez eran más efectivos tanto en las acciones para favorecer la caza, como las que les ayudaban a incentivar los pastizales mediante quemas para reducir las masas de madera, consiguiendo pastos frescos y árboles de pequeña talla aptos para el ramoneo.

 

Quien busque información en estudios de paleo climatología, encontrará coincidencia respecto a los contenidos de CO2 o niveles de temperatura en la atmósfera que suelen estar de acuerdo en que hubo aumentos crecientes hasta hace unos 4.000 años, luego se estabilizaron o descendieron, para que a partir de hace tan solo 200 años los valores se dispararon de forma alarmante, imagen del gráfico adjunto del que se puede recrear una dinámica que coincide con las quemas masivas de milenios para adaptar los grandes bosques al pastoreo, luego una cierta rebaja por la generalización de una agricultura más o menos sostenible (animales de tiro, uso de estiércol…) y finalmente el aumento desbocado y progresivo por el consumo industrial de carbón y petróleo, el modelo de urbanismo y transporte consumista y la vuelta a una agricultura dependiente totalmente de la energía (tractores, amoniaco y química).

De algunos datos objetivos sobre sucesos o estado de la corteza terrestre que se pueden situar entre -14.000 y -6.000 años, no es disparatado postular que muchos de los nombres de lugar se asignaron en esa época y una gran cantidad ha sobrevivido con pocos cambios, si bien es este periodo se hayan olvidado sus significados y hayan cambiado apreciablemente algunas de las condiciones locales; por ejemplo,

  • Puede que las cimas de las cordilleras y algunos otros lugares poco accesibles, mantengan un aspecto y una dinámica parecida a la de entonces, pero no hay lugares en los que se haya practicado la ganadería ni la agricultura con cierta intensidad, que conserven íntegra la esencia de lo que entonces había.
  • Donde la actividad ha sido más intensa (llanos aluviales, ciudades, minas, presas y regadíos, puertos, canales…), puede que aún se conserve algún elemento geológico, florístico o de fauna, pero en general, aparte de lo que la Arqueología pueda recuperar, no queda nada superficial de la dinámica anterior.
  • La dinámica del agua es un conjunto de procesos tan alterado por nuestras intervenciones, que apenas en los altos tramos de las cuencas puede quedar algún ejemplo de cómo evolucionaba el agua y con ella todo lo demás en esta “zona templada”. En el resto, en las zonas bajas aún hay indicios y sobre todo, nombres de lugar que están esperando que les demos “un toque” para entregarnos el significado que han ocultado durante milenios.
  • Aparte de arroyos, torrentes, fuentes, ríos y de las aguas subterráneas estables, las aguas lentas superficiales, parece que se conocían con nombres muy precisos para todas y cada una de las variadas manifestaciones hídricas. Los siete nombres del encabezamiento son solo una parte de los muchos que aún quedan y de los que pudo haber, muchos de los cuales han pervivido como topónimos más o menos claros y otros se están comenzando a descifrar recurriendo a romances y sobre todo, al Euskera, lengua emparentada con la que manejaban los antecesores euro-asiático africanos.

Tenemos que asumir que los paisajes del mundo que conocemos ahora son radicalmente distintos a los que disfrutaban o padecían las generaciones que pusieron nombre a los elementos relevantes del territorio y a menos que se esté familiarizado en determinados aspectos de Geografía, Geología y Ecología, parecerá muy raro mucho de lo que se va a decir aquí.

Los ríos, con una simbología y proyección subjetiva muy diferente a los lagos por cuanto eran vías preferentes de desplazamiento, eran capaces de conservar un nombre durante cientos de kilómetros y tales nombres tendían a ser descriptivos de algo destacado en su nacimiento, pero en los lagos, los nombres tenían más que ver con su localización, tipología y dinámica.

Para una inmersión en el análisis de sus nombres es necesario comenzar corrigiendo el error que se nos transmite desde la escuela, cuando se nos explica el origen del nombre “lago”.

Recuerdo que casi siendo párvulos nos dijo el maestro, que lago procede del Latín “lacus”.

Aún hoy se sigue insistiendo en lo mismo, pero tratando de reforzar ese deseado origen con el socorro que brindan los “grandes avances en indoeuropeo”, que consisten en que la internacional de sabios en lenguas germánicas (y luego todos los demás a su rebufo), van poniendo un asterisco a voces que deciden que “tuvieron que existir” y asignándolas a un lenguaje precursor imaginario cuya existencia sugirió hace algo más de dos siglos el ilustrado Thomas Young[1], llamándolo Indoeuropeo.

Ponen el asterisco y publican que tal es el nombre original de infinidad de voces, idea que la filología huérfana de fuentes ha hecho suya y eje central de toda una falsedad que en la actitud exclusivista de sus seguidores emula a las sectas.

Así, hace poco decidieron que el “lacus” que antes cerraba las pesquisas con el recurso al latín, en realidad procedía de un imaginario *lakus indoeuropeo, raíz con la que -aseguran- se designaba a una masa de agua. Luego, ya a través del latín vendrían el “lago” gallego, portugués e italiano, el “lac” francés y rumano, el “llac” catalán, el “lag” maltés, el “lake” inglés y muchos otros.

Por supuesto, también el “laku” vasco, que nuestros acomplejados académicos (buscando la pureza por la vía rápida), han eliminado de los diccionarios para sustituirlo por “aintzira”, más bien un pantano somero, una de las múltiples tipologías de lago.

Dejando por una vez la generalización, para recrearnos en un ejemplo, se va a hacer una inmersión en “laku”, voz que ha de ser analizada implacablemente para iniciar este trabajo de manera racional, pero contundente.

El caso es que nadie mira al vasco, donde se ha de comenzar por la partícula “la”, indicadora subjetiva de la fijación, sujeción, retención, para seguir con la coda “u”, forma elemental[2] del nombre del agua, enlazadas por la oclusiva “k-g” indiferenciada, que hace de intervocálica para suavizar el hiato en “la u”, haciendo “laku”, agua retenida, expresión genérica incontrovertible, que luego, con el análisis de cada forma de retención, dio lugar a numerosas voces para cada forma peculiar de acumulación de agua.

Este nombre básico inicial se ha conservado bastante bien donde los lagos han sido de cierta entidad pero evolucionando a otros muchos nombres para manifestaciones menores que en ámbitos donde la incidencia del clima y de la actividad humana han modificado las condiciones y esencialmente la presencia de agua, así que el recuerdo del lago inicial se ha ido debilitando hasta desaparecer, resultando que muchos nombres matrices han ido desvaneciéndose para dar lugar a otros que al investigador perspicaz pronto le resultan familiares y le ayudan a encontrar indicios físicos  y -con frecuencia- otros hidrónimos cercanos que aumentan la probabilidad de que allí hubiera un lago u otro fenómeno hídrico.

Además de todas las variantes imaginables de lago, lagoa y laguna (suman más de 3.000 en la Toponimia española), de las corregidas recientemente a “laku”, “lac” y similares, se presentarán en próximos ensayos una cincuentena de tipos de topónimos en cuyo entorno hay indicios claros de antiguas acumulaciones de agua y cuya sonoridad recuerda vagamente al lago que hubo, aunque los nombres evoquen ahora otros significados. También se aportará otra veintena en los que la raíz “lag” se ha invertido a “gal” y “gall” y algunos hidrónimos más relacionables con agua retenida.

Es probable que fuera durante los trabajos de redacción del Nomenclátor y los registros Catastrales masivos del siglo XVIII y a través de consultas locales, cuando se recogieran los nombres de lugar por primera vez por escrito y se trasladaran a cartografías tal como los usaban los nativos o con ligeras correcciones que han podido hacer que se pierdan algunos detalles, pero la disponibilidad actual de todos ellos y la posibilidad de consultar las características físicas del territorio con gran detalle y acceder al potencial descriptivo que en su día tuvieron, abre una nueva disciplina.

Para no colapsar el ensayo, se acompañarán solamente las imágenes cartográficas u orto fotográficas de los más destacados, comenzando por variantes de “lago”. El primero de estos ensayos, tratará de los aparentes lagartos, lagarteras y lagartijas.

 

[1] Hombre de gran sabiduría e intuición que conocía más de diez lenguas… entre las que no estaba el Euskera.

[2] Forma estabilizada durante el Neolítico a partir de la primitiva “ü”.

Sobre el autor

Javier Goitia Blanco

Javier Goitia Blanco. Ingeniero Técnico de Obras Públicas. Geógrafo. Máster en Cuaternario.

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