Llevo unos días hurgando en lo que escribiera hace más de trescientos años Gregorio de Mayans, parte ideas suyas, parte “choriceado” a otros eruditos de la época, para componer El Origen de la Lengua Española, libro que recogiendo, replicando y magnificando lo que algunos otros habían plasmado en ensayos más o menos esporádicos, ha sido pilar de la crujía en que se han apoyado cinco o seis generaciones de filósofos, historiadores y lingüistas para crear una “genealogía distinguida” para la lengua Castellana.
De los tres verbos del título, la explicación del bibliotecario real sobre el primero me ha resultado tan inverosímil, que no he podido ni querido tragármela sin más y sin comprender porqué cuatro siglos después los que cobran por un asiento con letra, los que presumen de cátedras en las 90 universidades españolas y más de un ciento en otros países con nuestra lengua oficial, en institutos y los que divulgan, siguen replicando lo mismo que Gregorio, cuando es seguro que les habrá extrañado su resolución. Imagen de portada, energía y agotamiento.
En ese empeño, lo primero es decir que hoy en día se sigue explicando el hecho de acostarse como “hacer que alguien se tienda sobre las costillas” no sin explicar que “costa” se refiere a costado (porque ya Plinio, Virgilio, Ovidio… se referían así, aunque en latín correcto se dijera “cubo- cubui- cubitum”) y que no importa, no es determinante que echarse, yacer o tumbarse pueda hacerse también boca arriba o boca abajo y no solo sobre las costillas.
Tampoco importaba que ninguna otra lengua cercana usara términos tan lejanos: En catalán, “ajeure” o “ficarse al llit”, en francés “allonguez vous”, en italiano “stendersi”, en occitano “jaire”, en portugués y gallego “deitarse”…, que tienen que ver con yacer, meterse, estirarse o abandonarse, pero ninguna precisión sobre las costillas o los riñones que ayudara a pensar que el juicio del archivero fuese certero.
En estos casos es un ejercicio recomendable la abstracción y otro, darse una vuelta por el euskera o vascuence como le llamaban los sabios barrocos que querían ser ilustrados.
“Ago” (con frecuencia mudado a “agu”) es un concepto de la lengua vasca, relacionado con la estoicidad; es la raíz verbal de aguantar, estar de pie[1], de mantenerse en el deber o en la situación que surja a cada uno y “ost, osta”, después, seguido, a continuación…, otra raíz adverbial que mide el tiempo y que ha creado el “post” latino que por sí mismo nada significa, así que “ago ost a”, origen del “acostar” era una especie de licencia literaria o poética que venía a decir que quien estaba agotado, pronto descansaría: El tumbarse era el premio a un día de fatiga.
El milagro de despertarse cada día y los malabarismos de los académicos para explicar su etimología no son menos rocambolescos: Unos dicen que viene de “dis”, negación y “expertus”, experimentado, que, a través del francés, pasó los pirineos.
Otros, que lo hace de “expergere”, relacionado con dirigirse…
¿Cómo es posible que pasen siglos y nadie se rebele contra esta feria de la estupidez?
Solo el despertar catalán y el “espertar” gallego están en línea, porque ni el “excitare” latino, ni el “reveillez vous” francés, el “svegliati” italiano, el “acordar” portugués o el “trezes tete” rumano que los sabios de biblioteca no aciertan a hilvanar tienen factor común evidente, explicándose desde excitar, revivir, vigilar, hallar o encontrar…
Una visita a la forma clásica en euskera, “iz artu”[2], indica con precisión que se recibe, se toma (“hartu”) la luz, ”iz”, en conjunto frase generadora de “iz (p) ært a”, que la tendencia de los romances a añadir una consonante protética al principio dio en “disperta” y la hiper culturización corrigió a despierta; momento y acción de recibir la luz.
Las explicaciones para madrugar no son menos cómicas.
Cuando la oferta latina no satisface (“surgere mane”), la obsesión por atribuir todo lo imaginable al contubernio latín-latín vulgar antes de contrastar con yacimientos como el euskera, lleva a disparates como querer que haya existido algo tan antinatural como “matüricare”, hacer madurar, para explicar el madrugar que, ni está registrado ni se parece a lo que usan los vecinos (“matinar, álzate prestu, alzarsi presto, se lever tot, levantar cedo, trezeste-te devreme…”).
En estos casos, una vuelta con apertura de mente a la lengua vasca, nos lleva, no a la fundación de Roma, su república, imperio ni lengua administrativa, sino a lo que debió ser el largo camino previo durante milenios de nomadeo y lo que nuestros antepasados debieron apreciar un ambiente cálido en invierno o un trago de agua en verano: “mardu” en euskera define la sensación de bienestar debida a un ambiente acogedor, desde la “marsupia” de algunos animalillos que llevaban sus crías inmaduras en las bolsas ventrales, hasta el lecho entre hierba seca, la hoya donde se había conjurado el frío de la noche.
Zarigüeya y marsupia.
Así, “mardu ga”, que la metátesis ha transformado en “madruga”, significa dejar el cálido lecho y no es un concepto temporal, no consistía (¿para qué en aquel mundo?) en levantarse a las tres de la aurora, sino funcional: La decisión de abandonar el gustoso tálamo y asomarse a un día lleno de incógnitas.
[1] En los años setenta se usaba el “aguanta” que sonaba a castellano, sino su equivalente “bietan jarrai”, mantenerse en las dos (piernas).
[2] La oficial actual “esnatu”, es la sigmatización de “ernatu”, espabilar, tomar conciencia.
Añado a la lista de sinónimos de acostarse el siempre olvidado e invisible valenciano: gitar-se.
Mi suegra la andaluza cuando se hace ya tarde después de cenar dice: yo me voy a emparvar (a acostar).
Siempre me ha sugerido las raíces parr (lo horizontal) y ba (bajo o ir). Qué opinas?
Omar, siempre tan atento a todo lo que suena… Efectivamente «parr» está relacionado con extender; así la parra, el desparramar, etc. incluso las parvas o ramos de cereal que se extienden para orearse…
Emparvar puede venir de lo original, del sentido «parr» o de la parva ya seca, ya que antes se dormía sobre hierba seca; tanto que en euskera a ese material se llama «lasto» y la máxima palabra de cariño, «lastana», significa, «de mi parva», alguien que ha dormido contigo.
Abrazos.