Diez de cada diez conocidos a quienes he preguntado sobre el origen de “amazona” me han respondido que eran unas luchadoras que se cortaban un pecho para poder guerrear mejor.
La mayor parte se han pronunciado por el izquierdo “y así protegerse mejor con el escudo” y algo así como la cuarta parte, que eran más cultos, “que el derecho, para tirar mejor con el arco”.
Está claro que los mitos molan; anteayer en una cena de setentones había un portugalujo que prefería creer que el gentilicio alternativo de “jarrillero” para sus “convillanos” era debido a que los alegres jóvenes de la villa bebían la sidra en jarras (que es lo que se cuenta desde hace unas décadas) y no a que los bravos marinos de la baja ría eran unos maestros en el arte y técnica de amarrar los barcos en las difíciles maniobras para cruzar la barra y seguir ruta hasta Bilbao, “jarri eillak” o “jarrillak”[1].
Portugalete y la difícil entrada en la ría.
El mito requiere fantasía y unas fiestas celebradas a trago de jarra ganan por goleada a los sudores de un oficio arriesgado; asimismo son preferidas unas bravas luchadoras cosacas (que emborrachaban a los hombres que se acercaran a su marca para llevárselos a la cama y que las preñaran antes de degollarlos, como harían con los varoncitos que pudieran venir de la orgía, quedándose con las niñas para perpetuar su mundo de hembras peleonas que en la adolescencia se rebanarían un pecho..) y tiene mucho más tiro que otras fantasías ya oídas y… los griegos transmitieron ese cuento de taberna que ha llegado hasta el siglo XXI sin perder una gota de fuerza.
El mito ha perdurado y ha conservado el nombre “amazona” (que es auténtico) pero que en griego y de corrida venía a entenderse como “sin teta”, fantasía que reviviera San Isidoro rebuscando entre pergaminos y devolviera a los (ya) libros, Covarrubias, como se ve en su definición, cuando todavía el nombre de Río Marañón no había sido desplazado por el de “Amazonas” puesto por los aventureros de Francisco de Orellana[2].
Aunque hasta hace bien poco se conservaba el mito como si fuera cierto, hace ya tiempo que los historiadores de vanguardia al alimón con filólogos serios (que los hay), niegan que la traducción griega sea correcta y abogan porque “amazona” sea una expresión en una lengua anterior a la imaginaria marea indoeuropea, que no son capaces de señalar.
Aquí es donde entra el euskera, ya que, en nuestra lengua; sin quitar, poner ni alterar nada, “ama azo ena”, significa exactamente, “madre castigadora, la madre que azota”, siendo posible que en la época en que se fundara la voz, habría madres que intervenían severamente en la “iniciación” de sus retoños, quizás porque tíos y otros educadores empezaban a renunciar a la tediosa tarea de educar[3].
Esta idea antigua me ha vuelto a surgir con fuerza, mientras releía la impresionante obra del nada ponderado investigador ilustrado Manuel Larramendi, que aseguraba que la “españolísima voz amago”, una finta o engaño respecto a la acción aparente, no viene de un ridículo latín vulgar “amylum”, algo así como almidón, sino a la ficción que hay detrás del castigo físico de una madre a su niño: “ama djo”, algo así como “tortazo de madre”, un amago de castigo porque la madre no quiere dañar a su hijo. Imagen de portada.
Así están nuestros diccionarios llenos de sandeces.
[1] “Jarri” es sujetar, afianzar en euskera y “eillak” quienes lo ejecutan, los hombres del atoaje.
[2] Según se cree porque en los poblados de sus riberas, las mujeres atacaban a los exploradores con mayor virulencia que los hombres.
[3] Que no nos creemos que venga del latín “ducere”, sino de “ede uka”, limitar, impedir la desbandada social.