Pocos jóvenes actuales conocerán la brea y mucho menos “la pez”, dos productos de características físico-químicas muy parecidas, uno procedente de la destilación de la hulla y el otro, del mismo -o parecido- tratamiento a ciertos trozos de madera selecta de coníferas. Imagen de portada, horno de “peguera” o la pez.
Los que tenemos cierta edad hemos visto “embrear” las carreteras con la primera y sellar los pellejos y botas de vino con la segunda en un mundo que no podía prescindir de estos artículos que tenían otras infinitas aplicaciones como ligantes impermeabilizantes y bases para productos de droguería y perfumería.
Apisonadora de vapor, años 50, pisando grava y brea.
Los polímeros de infinitas tipologías marginaron la brea y la pez y aunque entonces parecía un cambio maravilloso, hoy descubrimos cada mes nuevos impactos de las infinitas macromoléculas y los plásticos y su uso exagerado en tierras, aguas aire… y animales.
Brea y pez (mal dicho, porque ni siquiera es pez, sino “lapez”) se han usado desde que el betún[1] asomara en Judea y desde que el humo y vapores de troncos ardientes, se condensaran en una losa de pizarra fresca y los tíos untaban a sus sobrinos y educandos con aquella pringue.
Pero, ¿de donde viene el nombre de brea?… Si vamos a lo oficial, solo en catalán y castellano se llama así, mientras el resto del mundo cercano la llama “pich, picis, pissa, pica, pas, ton, tom…”, pero nada parecido a brea, así que a los sabios de bibliografía solo se les ocurre decir que “viene del francés “brayer”, calafatear un barco…, yapar los poros con cáñamo y brea. Imagen.
Cientos de cabezas pensantes del Estado para semejante parto: que un sustantivo viene del verbo de su aplicación… ¿y “brayer”?.
Tampoco los genios vascos son capaces de explicar una verdad a medias, ya que la llaman “pike” porque no saben que ese es el “medio nombre” del otro producto, “lapez”, que originalmente fue “lab bitx”, donde “lab” es la bóveda del horno, las piedras que cierran el fuego y “bitx”, es la espuma, el precipitado, las gotas viscosas que dejan los vapores calientes en la piedra fría; así, las gotitas de melaza que los antiguos recogían en una pelota y les era muy útil para cerrar las costuras de sus bolsos o botas eran “lab bitx”.
Así, de “labbitx” salió “lapix” y los latinos por creer que “la” era artículo y los vascos (que iban olvidando la esencia de su lengua), por creer que era voz castellana, le amputaron la aparente partícula inicial y entre estas absurdas creencias y la pérdida de su uso sellante, todos creen ahora que “pich” viene de la “πίσσα” (pissa) griega (igualmente, sin explicación).
La brea es mucho más sencilla. Bien fuera procedente de la destilación de la madera o de la hulla, su uso, esencialmente para sellar recipientes o tapar pinchazos o grietas, “berre a”, renovar, arreglar, fue más potente que su origen olvidado.
“Berre a”, brea que cantara el Serrat en los perfumes y en las carenas de las embarcaciones.
Y, ¿el parche?… una simple derivada de la idea de renovar, “bærretzea”, partxea, parche. Imagen, pellejos con parches y la pez.
[1] Beún se suele hacer proceder de fuentes tan dispares como la lengua osco-humbra ó del abedul (género bétula), pero en realidad procede del euskera “bæ t une”, donde “bæ” es lo profundo, la “t” indica procedencia y “une” es entorno, ámbito: “procede del interior de la tierra”.