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Caña

Todo el mundo sabe lo que es una caña, aunque haya cientos de variedades en la gran familia poácea de las gramíneas, todas tienen en común el tallo hueco y los nudos que interrumpen los tramos rectilíneos. La más frecuente aquí, la caña común o cañavera[1], “arundo donax”, imagen ideal  de portada, es tan vivaz que muchos la consideran invasora, aunque no hay acuerdo sobre de donde es originaria.

Todo apunta a que ha estado siempre entre Europa, Asia y África y si ahora “invade” ciertos lugares, seguramente es porque hemos alterado las condiciones y ella, se aprovecha.

La caña ha sido muy despreciada y hasta vilipendiada como explica Covarrubias cómo humillaron a Jesús poniéndole una caña en sus brazos; un “cetro hueco”, aunque casi todas sus variedades han sido de alguna utilidad. Mediados los sesenta, siendo estudiante en Tarazona, un jardinero nos recriminó a unos chavales que pisáramos el jardín que arreglaba y viendo que éramos estudiantes, le oí decir entre dientes… “seréis estudiantes, pero en vuestro pueblo llaman a misa con un cañizo”.

Como no entendiera el mensaje, fue el profesor de tecnología quien nos explicó que las ovejas se acercaban a comer cuando el pastor golpeaba un cañizo de la cerca con su cayado…

Es decir, las cañas no solo valían como tutores de las plantas o para encender el fuego, sino que con ellas se hacían unos paneles que eran muy útiles para improvisar cercados, crear divisiones en las cuadras o montar tejados en un momento… Creo que los cañizos aragoneses fueron la primera visión que tuve de un elemento normalizado y estandarizado que hasta hace sesenta años era de uso intensivo y hoy sería un ejemplo de “material verde”, que no contamina. Imagen siguiente.

En cuanto al nombre, caña con sonido eñe, solo se conserva en euskera, catalán y castellano, aunque las demás lenguas latinas y alguna germánica la usan con “ene” simple o doble.

A pesar de que su nombre latino “canna”, (también “harundo, ferula…”) no significa nada, los lingüistas se empeñan en querer que venga del griego “canna” que designa al cálamo o canuto cortado para usarlo como pluma, ver imagen, que parece venir de una lengua semita (¿acadio?) o del también griego “kanon”, regla, vara, referencia…

En fin, cualquier cosa con tal de no buscar aquí mismo, en esta península tan variada (o más) que algunos continentes; ¿buscar un nombre original en artefactos o instrumentos?…

Este absurdo y otros similares son la consecuencia de lo que en Eukele.com se llama “hipercultura”; una disciplina que pone en personas de inteligencia muy limitada, unas reglas que no son capaces de entender.

“Ka” es una de las raíces del euskera que conllevan la negación o la ausencia, de igual manera que la “ñ” a secas o seguida de “æ”; “ñæ”, significa meollo, tuétano, interior o esencia, comida neta… de manera que “ka ñæ”, es aquello que carece de la masa interior, un tubo, nombre esencial y original de las cañas, de todas ellas, fueran blandas o duras, grandes o microscópicas.

 

[1] Se escribe con “v” porque los académicos se creer que “vera” es referencia de autenticidad mientras ignoran que debiera ser “bera”, blanda, con “b”; “cañabera” como se dice en euskera, voz que significa modalidad de caña blanda, tierna, manejable, para distinguirla de otras primas más duras, cuyas astillas matan… como el bambú.

Sobre el autor

Javier Goitia Blanco

Javier Goitia Blanco. Ingeniero Técnico de Obras Públicas. Geógrafo. Máster en Cuaternario.

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