No somos pocos los que presentimos que cuando Porcio Festo equiparó la vida de un hombre a cien años (“sæculum”), armó una buena que aún no se ha resuelto, porque -dicen- que él pensaba en 33 años, pero acabó en que el “siglo” tiene cien y más parece algo de comerciantes o historiadores que de humanistas…
Porque no se le adivina gran utilidad a la cifra centenaria en aquella época como no fuera para contabilizar la historia o para organizar los “Juegos Seculares”, de los cuales muy pocos paisanos llegaban a conocer dos convocatorias… Imagen.
El caso es que si entre las “lenguas latinas” hay una cierta uniformidad (“segle, seculu, século, siècle, sæculum, secol, seklu, secolusu, siglo…”) para llamar al periodo de cien años, no hay acuerdo entre los expertos para relacionar el nombre latino con el número cien, como pasa en las lenguas védicas o en las germánicas, donde -casi todas- las primeras incluyen en el nombre de la centuria, la raíz “shatam ó saya” con la que llaman a la centena y muchas de las segundas, meten “hundred” o similares, por lo que era de esperar que “centum” apareciera en las latinas.
Pero, no.
Como es tan clara y evidente esta carencia, se salen con que la supuesta raíz “sæculum” es muy insegura y como ni los gurus Ernout y Millet, ni Edward Roberts y Bárbara Pastor la consideran y solo algún paracaidista como de Vaan retoma las ideas celtas de los primeros, queda sin resolver porque -todos ellos- andan como el burro de la fábula de Iriarte, buscando un golpe de suerte.
Entretanto nuestros egregios lingüistas, llevan un par de siglos negándole al vascuence que su “sekule”, literalmente, una eternidad sea una voz propia, sino copiada del latín que -como las otras lenguas latinas-, no sabemos de dónde la obtuvo, mientras cada vez parece más plausible que sea de origen vasco.
¿Qué hay a favor?
Una de las plantas forrajeras por excelencia en la encrucijada euro asiática africana, el trébol rojo, ahora muy debilitada por tres o cuatro milenios de domesticación, fue antaño la base alimenticia de la ganadería trashumante: Una hierba muy gustosa para los animales, con gran cantidad de azúcares (tanto, que al principio del verano, los niños chupábamos con fruición los pequeños cálices que arrancábamos con nuestros deditos) y otros principios y sales necesarios para el ganado y sobre todo, una planta que perduraba y se recuperaba tras ser pastada para volver al año siguiente, que se llamaba hace siglos y se llama hoy, “sekulebedarra”, esto es, la hierba que persiste; “sekule” equivale a eternidad y “bedarra” es el nombre genérico de las hierbas.
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Más aún; es muy probable que el origen etimológico sea “seg une”, donde la “g” se ensordece a “k” y la “n” se confunde con “l”, resultando una dicción más cómoda y contundente: “sekule” que habría sido tomada por los llamados “romances”, antes incluso de la existencia del latín y luego, con la creación del “paradigma latino”, invertido el proceso y asignada al latín, la más reciente de las lenguas de ese grupo.
Su significado, relativamente impreciso, algo así como “tiempo sin parada”, partiendo de “seg”, persistencia, prolongación y “une”, lapso de tiempo; dando a entender que “sekule” es un intervalo “excesivo” para los humanos.
¿Mola?.