Siguiendo al asco de ayer, ya está aquí el gusto, que para muchos es uno de sus antónimos destacados.
Que algo guste es una de las delicias de la vida, sobre todo si es saludable y abundante; pero ¿qué dicen las etimologías del gustar; cómo se refieren nuestros vecinos a este verbo y sus sinónimos?
Los catalanes dicen preferentemente “agradar”, los corsos e italianos, “piacer”, parecido al latín “placeo-ui-itum”, los franceses, “aimer”, gallegos y portugueses, “gusto-gosto” y los rumanos, “place”, siendo cierto que en varios de ellos se simultanean “encantar, gaudir, animar, satisfar, satisfaire, soddisfare, suddisfare, gusto, delibo…”, lo que indica que en lo remoto, las acepciones se orientaban a cosas tan complejas como la alimentación, los sentidos, las aspiraciones y la psique y que han sido necesarios milenios de raciocinio para ordenar y conservar toda esta riqueza en las celdas de los diccionarios.
En el párrafo anterior no aparece el Euskera, pero si se busca en los nuevos diccionarios, entre formas de ese tipo, aparecerá en primer lugar “atsegin” como queriendo alejarse de las otras muy compartidas, haciéndolo por medio de una opción muy diferente. Y lo es, porque “atz” (sonido silibante) son los dedos de la mano y “egin” su actividad, movilidad, la caricia, el sobe de la piel del amante o de la propia; sin duda una forma de gusto que se practicaría con profusión al sol o en fondo protector de las cabañas.
Las demás se hacen venir siempre del latín, de “placére”, de “gratus”, de “amâre”, de “gustus” (saborear), de “incantare” (cantar, hechizar…), de “gaudeo”, del adverbio “satis” (bastante), basándose los autores ciegamente en la incontestable diferencia cultural del latín sobre lo que había alrededor; así, creando una fuente de “kilómetro cero” (como ahora se diría) en el centro del valle de las siete colinas romanas, se iniciaba un mundo alejado de lo bárbaro… y de la Prehistoria.
Pero la lengua del Latzio es absolutamente incapaz de aportar algo de luz al origen de voces como placer, gracia, amor, gusto o canto, que los promotores seculares de su mérito exhiben, bien como nativas de ese vallecito, bien como procedentes de cuantas raíces haga falta atribuir al indoeuropeo y que, a través de un maravilloso viaje de milenios, fijó el latín y distribuyó entre los romances con “gran riqueza de variantes”. Incapacidad que el Euskera en solitario se atreve a explicar aunque no se alcance a detallar cómo las lenguas de los antiguos visitantes y pobladores del suroeste de Europa (lusitanos, iberos, vascones, ligures, occitanos, galos, etruscos, oscos, umbros, dacios…) pudieron conservar con notable coherencia la sonoridad -si no el significado- de ellas.
Así, el placer que la erudición da como de “nacimiento casual”, según el Euskera está relacionado con el disfrute del chapoteo en aguas someras y tranquilas “plas era”, la “gratia” no es algo sobrenatural que nació de una explosión divina, sino la satisfacción que compartían los antepasados cuando en una situación apurada conseguían que el fuego prendiera con temperamento, “garra hasia”, llama potente que les protegiera del frío o las fieras; el “amor” no es otra cosa que una atracción potente, “am” enlace, unión y “or” elevada, distinguida.
Imagen de portada, chapoteo, la felicidad concentrada.
Arranque del fuego por fricción: “Garra hasía”.
Tampoco el “gustus” nació de la nada, sino de la raíz primitiva “gox”, dulce, meloso, suave en Euskera y no es el diptongo “au” de “gaudeo” el que ha dado la “o” del gozo, sino al revés, ni el “canto”, algo que no surge de la boca (“ago-abo”, abestu, melodía bucal) sino del buche (“gorg”), sonidos guturales, de la garganta, que -además- se ensayaban con preferencia cerca de las bóvedas de las cuevas “go oró” (totalmente arriba), el coro; la cúpula lítica que producía una refracción soberbia del sonido con reverberación en el aire pulmonar y una sensación parecida a la de la mejor estereofonía de hoy…
Sesión de canto en la cueva Mamouuth.