Muchas, muchísimas voces que en euskera terminan en “oi”, desinencia que indica tendencia, frecuencia, propensión, cosa habitual…, son aceptadas en castellano y otros romances, mudándolas a “on”.
Los que manejamos voces, sabemos no porque esté escrito, sino por la fuerza del número de consultas y análisis, que tanto en Toponimia como en los documentos, se ve una propensión a que la vocal “i” se confunda con la consonante “l” o incluso con la sílaba “li”, como en “ié bana”, donde “ié” es un transecto y “ban a”, indica unicidad, exclusividad, ha dado con el paso del tiempo, en “Liébana”, el único corredor practicable antaño para gentes y reses entre la meseta o montaña palentina y la costa.
Aún más frecuente es que el diptongo “oi”, pase a ser “on”, pero es difícil de explicar si no se tiene en cuenta la “intercambiabilidad” entre las velares “l” y “n”.
El caso es que entre las muchas palabras que terminan en castellano en “on” tónica, varios cientos de sus equivalentes lo hacen en “oi” en euskera y lo hacen disponiendo de explicaciones estadísticas contundentes y con la coherencia que da el saber que las voces vascas tienen explicación un escalón más abajo.
Por ejemplo, el verbo roer, rozar, degradar, en euskera, es “arra” y al ratón, roedor incansable se le llama “arra(t)oi”, habituado a roer, con una vocal inicial poco contundente que se pierde dejando “ratoi” y el castellano la asume quizá hace cuatro mil años como “ratón” (dejando su “mur” para los diccionarios), aparente aumentativo que no puede venir de la rata, que es mucho mayor y además, en etimología, todos reconocen, que esta intrusa “es de origen incierto”.
Pasa algo parecido con el bastón, resultando cómica la explicación oficial del origen “culto” a partir del griego “βαστάζειν” (ellos llevan) para evitar recurrir al latín vulgar “bastum”, que no se lo cree nadie.
La cuestión es que los bastones que en el mundo urbano sirven para ayudar a caminar a quienes están ocasional o permanentemente disminuidos para la locomoción, antes pudieron ser utilizados para otros menesteres, como controlar al ganado, alcanzar frutos u otros elementos, incluso defenderse o ser símbolo de autoridad, pero los bastones habían de tener cuatro cualidades que solo poseen los brotes, renuevos, vástagos, varas o chupones que surgen de los pies de los árboles cuando éstos pierden vigor: Son absolutamente rectilíneos, largos, apenas tienen ramificaciones y su madera es muy resistente, homogénea y a la vez dócil y apta para ser curvada y formar cayados o cachabas.
Ver el ejemplo de los “chupones” de los olivos, que antiguamente se dejaban para obtener varas largas para numerosos objetivos[1], pero que hoy en día se podan anual o bienalmente junto con otro ramaje, para incentivar el producto de frutos.
Estos brotes, en euskera “bæ ast oi, bastoi”, que aglutina “bæ”, de la parte inferior, “ast”, crecedero, ramificación o vara y “oi” característica habitual, viene a decir “brote típico de la raíz” y este “bastoi” fue adoptado por el castellano y los romances ibéricos, como bastón.
El manejo hábil de algunas especies arbóreas como hayas, fresnos, plátanos y chopos, llevó a crear la técnica conocida como “trasmocheo”[2], consistente en cortar las ramas a una cierta altura y dejar crecer los brotes veinte o treinta años para obtener vigas y apeos de dimensión manejable y aprovechar los restos para carboneo, pero la pérdida de valor de estos productos ha llevado a que esta práctica se haya abandonado. Ver la rara imagen de plátanos trasmochados.
Otra voz curiosa es el botón, llamado así por su semejanza con los redondos y abultados botones florales como reconoce Covarrubias hace más de tres siglos, pero que Sebastián desconoce que proviene de la explosividad de esos botones florales cuando se abren para sacar sus pétalos: “Bot”, es la raíz de lanzar, proyectar y “oi” la repetición o hábito; “botoi”, que dio en botón, significaba “el que lanza”. Botón floral de una dalia.
Puede que el zurrón, prenda imprescindible de pastores y cazadores, suene más a euskera, pero hay que saber que procede de “zorro”, saco y “oi”, frecuentativo, que ha pasado a su forma actual y que la desaparición anunciada de ovejeros y venadores por lo que llamamos “progreso” y por una equivocada interpretación de sus valiosas funciones y ventajas para la naturaleza, llevará al olvido de los zurrones a no ser que la moda, esa peste universal lo adopte para alguna prenda que en lugar de abochornar, distinga.
Aunque quedan muchas voces como el arpón, la atención, el camarón, dragón, erosión, ibón, jibión, jubón, riñón o sifón, se va a terminar con el avión, que ya Covarrubias escribía con uve (como se ve en el facsímil adjunto, por ser ave), ayudando a equivocarse a las generaciones posteriores, que ignoran e ignorarán que su nombre se basa en la velocidad; “abi” en euskera y en la característica de todas las aves del género “apus”, de volar continuamente; tanto, que algunas como el vencejo, duermen y se aparean volando y solo se posan para poner los huevos y empollarlos.
De “abi oi” adicto a la velocidad, al movimiento, se ha pasado a “abioi y abión”, hábilmente corregido por la hipercultura a avión.
Vareo de la aceituna
Otro día, más.
[1] Las varas (“virga” en latín) eran un producto obtenido de los brotes arbóreos que tenía infinidad de usos y aplicaciones, desde las estructurales y de construcción a las militares, industriales, agropecuarias (ver portada), de navegación y pesca, feriales y hasta simbólicas, pero que un mundo tecnificado y global ha sustituido por otras formas de trabajo y materiales plásticos, composíticos y metálicos, con gran perjuicio para el medio ambiente y la sostenibilidad.
[2] De “motx”, corte