Confieso que mis numerosos viajes a Murcia desde Madrid y La Mancha, nunca me desvié a Letur aunque pasara por Elche de la Sierra y Calasparra.
Así, cuando a finales del reciente octubre su nombre empezó a ocupar las primeras planas de todos los medios, lo busqué, despistado por los ríos Segura y Mundo, cuando la cuenca que lo barrió en minutos es la que llaman Rambla de Lorca, con sus tres ramas que se unen apenas a un kilómetro del punto en que la mole rocosa en que se encarama el pueblo viejo, obliga a la rambla a girar en redondo y buscar al Segura por el Norte.
En el mapa de hace 70 años, se observa la población sobre la roca y el rodeo que las peñas obligan a dar a las aguas que -de vez en cuando- lleva la rambla.
Letur 1954
En imágenes más recientes de cartografía (portada) y orto fotografía se adivina que la canalización de la rambla ha permitido ampliar la zona urbanizada hacia aguas-arriba, creando un canal de apenas siete metros, por donde las aguas tomaron gran velocidad, rebasando la zona de giro obligado y arrasando edificios y construcciones civiles en un ejemplo claro de cómo no hay que explotar las riberas de cursos de agua, especialmente donde el carácter sea torrencial.
En cuanto al nombre de Letur, que solo aparece en el entorno de la población (en un collado al Sur y en la denominación de su rambla aguas-abajo) hay quienes dicen que es de origen ibero (“let”, hondo y “ur”, agua) basándose en la similitud frecuente con el euskera, donde “lez” es una de las denominaciones de las simas y “ur”, efectivamente, como sustantivo, agua, pero tal determinación es precipitada porque la rambla solo excepcionalmente lleva agua y la fuente conocida como de Letur o incluso la cascada homónima, no parecen tener el potencial para denominar a todo un entorno en el que hay elementos muy sobresalientes.
Como el espectacular mogote rocoso de margas, toba y otras rocas travertínicas con multitud de hendiduras y cuevas en que se acomoda la población antigua, lo que coincide en cierta manera con el “ur”, adjetivo, indicando prominencia, altura y que en euskera suele tender a situarse al final de la frase; así, “mutur”, significa morro apuntado y “urgozo”, donde “ur” es sustantivo, agua dulce.
Por eso es más probable que el nombre original hubiera sido “lez ur”, donde “lez” no solo es cueva, sino abrigo, cornisa, ceja rocosa y “ur”, elevada; describiendo su configuración y altura destacada. Así, el ensordecimiento a “let ur”, habría sido una rareza, porque la forma “lez” es mucho más frecuente: Leceta, Leciñena, Leza, Lezabe, Lezagaña, Lezana, Lezaun, Lezea, Lezeta, Leziza, Lezo, Lezuza, Lezna, Lesa, Lesaka, Lesón, Lesún, Telezna… zonas frecuentemente rocosas y de perfiles agrestes, como esta imagen del río Leza.
Pero también subsisten unos pocos que conservan la “t”, como Letura en la Sierra de Guara, donde hay un cantil llamado así que presenta una cara sub-vertical aunque en la foto no se aprecie tanto como en las curvas de nivel.
Y hasta media docena de La Retura (en Pancorbo, Sª Gúdar, Buñol, Bicorp, La Marina Alta y Baja y Gordexola), todas ellas, notables acantilados.
Finalmente, la Atalaya de Liétor, otro alto aislado, estrecho y empinado, de casi un kilómetro que domina la población de su nombre (también en Albacete) y la cuenca media del río Mundo.
Liétor ciudad, por cierto, además de tener un nombre de igual sonoridad que Letur, tiene un poblamiento casi rupícola, muy parecido al de este sobre un roquedo con múltiples anfractuosidades que han debido ser aprovechadas desde antaño para viviendas rupícolas e incluso para preparar pequeñas terrazas y jardines llenos de tierra, dando a la pronunciada ladera cierto aire “deteriorado”, lo que en euskera se dice “ietu” y que con “or-ur” al final como adjetivo (“ietor”), indica una pared alta y escabrosa, siendo la consonante inicial posiblemente protética.
Yátor en Las Alpujarras, sería un caso parecido (ver pared al fondo).
En la última imagen, la cerrada de Lézar en las estribaciones de los montes de Segura, voces todas ellas prerromanas y que solo el euskera puede ayudar a desentrañar a pesar de las alteraciones sufridas durante milenios.