El nuestro es un país más de barrancos y torrentes que de mansos meandros, pero antes, mucho antes de que los pastores y cazadores pirómanos se transformaran en labriegos empeñados en desbaratar la tierra, sí que había meandros en Iberia y en algunos territorios como León y Palencia, Huesca y Lérida, “Larrioja” y Zaragoza, Cuenca y Ciudad Real, Sevilla y Huelva…, abundantes.
Ya sabemos que en Francia y el Norte de Italia hubo muchos más y que hace 15.000 años, el río Mosela corría perezoso por el canal de “Lamantxa” entre infinitos meandros y lagunas que aún hoy las sondas de los barcos pueden “leer”.
Ahora, apenas quedan en España, pero los geógrafos solemos captar enseguida donde los hubo y si disponemos de ortofotografía adecuada, podemos seguirlos con la punta del lápiz, aunque ahora sean extensos esparragales.
Si es a pie, podemos enseñar a nuestros acompañantes algún que otro resto de “paleo cauce” curvo que quiere volver a ser meandro. En Aragón le llaman “galacho” y -hace mucho tiempo- entre Francia e Italia, le decían “galia”[1].
El caso es que el meandro no aparece en los diccionarios nacionales hasta los albores del siglo XX; Covarrubias ni Terreros lo conocían y aún en el diccionario de Monlau en 1859, no aparecía.
Cuando el DRAE decide incorporarlo, copia a los franceses que acaban de descubrir que los griegos les llamaban así porque en la áspera Turquía había un río llamado Maiandros (Μαίανδρος), afluente del Büyük (grande), que tenía muchos recodos. En la imagen.
Como casi todos los apaños de la hipercultura, esta explicación es sospechosa, porque en turco, a los meandros se les llama “kıvrımlı” (qvrml) y en griego, “elíssomai”, así que se plantea una gran duda sobre en qué lengua se puso el nombre al “Maiandros” (meandros) e incluso si este nombre pudiera ser común en la cuenca mediterránea para los ríos “vagos” con cauces variables y muchas curvas, pero que solo habría sobrevivido en escritos de Herodoto, Xenophon y otros que los copiaron y que fueron redescubiertos durante el Renacimiento y la Ilustración, siendo copiados por las academias europeas, ansiosas de fuentes “dignas” para sus idiomas.
Sabido que la tradición vasca y paleo mediterránea era la de poner nombres propios a los ríos, que generalmente se asignaban a elementos destacados de sus fuentes, las condiciones de los cursos medios y finales no eren relevantes, porque venían plasmadas en los entornos de cada intervalo por topónimos concretos y parece no ser casual que si bien en el Euskera actual, al meandro se le llama como en las lenguas cercanas, sus componentes, a saber, “me”, una de cuyas acepciones significa somero, de poca profundidad, “antu”, torcimiento, reviro y “ur”, agua, ensambladas, dan “me antu ur”, que fácilmente se troca en “meantru”, frase que significaría zona con curvas y aguas someras, exactamente lo que es un meandro. Imagen de portada.
[1] Ambos términos son metátesis de “lagotxu” y “lagia”, literalmente, laguito y zona de lagos.