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Paúl (con y sin acento), Paula, Paulo, Pablo y Pol.

Todos estos nombres aparecen en la toponimia española generalmente complementados con otros; algunos lo hacen miles de veces, otros, como Paúl, Pablo y Pol, aparecen -unas pocas- solos, mientras Paula y Paulo solo se muestran acompañados (en Francia, por ejemplo, figuran Paul y Paule, tanto solos como acompañados).

Antes de cualquier análisis profundo, la intuición nos dice que la erudición parece haber hecho de las suyas al seleccionar ortografías, complicando el estudio de algo que debería de ser fácil si la cuestión fuera de índole antropo o hagionímica, comenzando por San Pablo ó Saulo Pablo, que el paso del tiempo transformara en Paulo y Pol, pero los indicios apuntan a otros ámbitos, porque el DRAE dedica a “paúl” en su segunda acepción, aguazal o pantano, planteando que del “palus” latino, se formó en latín vulgar, “padüle” y de ahí “paúl”.

Este mecanismo ha sido sistemático y desde mediados del siglo XIX numerosos lingüistas se han dedicado a buscar afanosamente parecidos entre el latín y el castellano y a postular alteraciones sistemáticas, que dando por sentado que la forma original era la latina, la trastocaban una y otra vez hasta que aparecía el buscado parecido. Con “palus” (ciénaga, aguazal), nadie se pregunta su origen, que en el aspecto relacionado con el tránsito y sus riesgos (ejércitos, transportes, exploraciones…), lo más importante era la consistencia del suelo, no la lámina somera de agua que pudiera o no haber en un momento determinado.

Así, la frase “bæ aul” (“bæ” abajo, solera y “aul”, flojo), en euskera actual  “suelo movedizo” y que para mejor dicción se pronunciaba “bædul”, por simple ensordecimiento pasó a “padul” e incluso a “padur, padura, fadura”, describe la trampa que suelen suponer las zonas pantanosas, los bordes de ciénagas y de algunos galachos y meandros y que antes de las profundas modificaciones que llevamos siglos aplicando a ríos y riberas, debieron ser mucho más ubicuas, mostrando con claridad que esta voz es autóctona.

 

Imágenes de animales atrapados en suelos movedizos.

Continuando con el razonamiento basado en la lengua vasca, el propio “palus” latino es probable que proceda del mismo entorno, donde “bæl” (“bal”, negro) es el nombre del lodo negro, masa con gran contenido de partículas coloidales y materia orgánica, propensa a formar arenas movedizas, verdaderas trampas que en los momentos de mayor plasticidad, sepultan cientos de animales. La desinencia “us”, suele equivaler a frecuente, predominante…, así que, con el mismo ensordecimiento citado arriba, de “bæl us”, que viene a significar “zona de habitual fango negro”, ha podido nacer el “palus” con que se llama a las zonas periféricas de entornos de deposición de lagunas y otros accidentes hidrográficos.

Un repaso a los mapas nos ofrece numerosos paul, paúl, la paúl, paular, etc. casi todos ellos en riberas de ríos y lagunas, arroyos, balsas, azarbes, llanos e ibones o en zonas con altos niveles freáticos, prueba de que hay coherencia entre el significado y la realidad física actual o pretérita. Primero algunos ejemplos de los acentuados.

Paúl de Anzano, en Huesca, muestra todos los rasgos de un antiguo barrizal: Las acequies de drenaje, el Río Sotón y sus afluentes que inundaban las tierras, balsas residuales de los afluentes y diversa hidronimia.

Paúl del Río en Álava, río Omecillo.

O Paúles del Agua en la ribera del Arlanza, donde los arroyos De la Fuente Mayor, De la Torre y Valdeámete confluyen formando una zona fresca de unas quince hectáreas para dar como resultado el río Valdepaúles.

A veces -como sucede en las terrazas fluviales de Valdavia en Palencia-, un alto cercano lleva el nombre del Paúl inferior y en el entorno se ven lugares como Los Barriales o Cuesta Arenas que nos recuerdan los materiales que se veían en las laderas.

El Duero en Langa de Duero, donde recibe al Valdanzo, tiene la ermita de la Virgen de Paúl, aún rodeada de manchas verdes difíciles de drenar.

Para terminar, el pueblo oscense de Laspaúles, muestra muy bien en la orto fotografía, como el río Isábena (que capta unas 2.600 has.) y el barranco de La Paúl han nutrido de aluviones la corona de parcelas que se conservan en las zonas bajas y que marcan la zona de influencia de las aguas.

Por cierto, en una de ellas hay un camping.

Apenas se notan diferencias en los grafiados sin acento: Paul en Sádaba, entre el río Ríquel y el Canal de Las Bardenas, donde la total reorganización del suelo no ha impedido que se conserve un hidrónimo antiguo como Las Monjas (antiguos charcones).

La Paula es más frecuente en zonas de montaña y se suele mostrar con dimensiones mucho menores, como esta confluencia de torrentes en la alta montaña de La Cabrera, en Zamora, que en kilómetro y medio apenas junta diez hectáreas de aluvión.

Y El Paular, nombre muy familiar porque mi Proyecto Fin de Carrera fue diseño de un ferrocarril de vía estrecha desde Gargantilla de Lozoya por el Monasterio del Paular al Puerto de Cotos, en cuyo trayecto se encuentra este nombre una decena de veces, es la contracción de “bæul lar”, esto es, el prado de las tierras flojas. Imágenes invernales de los extensos prados, algunos orlados de fresnos trasmochos que indican la proximidad del agua.

Sobre el autor

Javier Goitia Blanco

Javier Goitia Blanco. Ingeniero Técnico de Obras Públicas. Geógrafo. Máster en Cuaternario.

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