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Torrent

De los más de 2000 Torrentes y Torrents de España, solo hay cinco netos; los demás están acompañados de diversos complementos. Esto habla tanto de su amplia presencia sobre todo en el Este y Sur, donde los procesos erosivos potentes son más frecuentes, como de la rareza de que se use el sustantivo inicial desnudo.

Dos están en Lérida, dos en Girona, uno el pueblito del Dolmen del “Cementeri dels Mors” y el quinto, el de la huerta de Valencia que es el que conozco con detalle desde que mediados los noventa visité un colegio en “El Vedat”, porque los padres de los colegiales tenían miedo de las líneas eléctricas cercanas.

Ya aquellos colegiales serán cuarenta añeros a la vez que yo me asomo a los ochenta, pero sin olvidar la paella a que me invitaron y el entorno maravilloso de aquel otero densamente forestado con el pueblo a los pies, l’Horta rodeándolo y el mar hacia levante.

Mapa 1944.

En este mapa no se aprecia muy bien, pero la cima de El Vedat alcanzaba los 140 metros sobre el mar y el otero estaba rasgado por cuatro o cinco torrentes difíciles de distinguir desde arriba, así que no me extrañó el nombre de la población referida a estos torrentes, aunque algunos de los que compartimos paella defendían que el nombre tenía que ver con la antigua torre de la plaza (en imagen antigua de portada) o incluso por la torre de señales del alto de El Vedat.

Hace cuatro siglos, Covarrubias no mencionaba los torrentes sino los barrancos, pero a la torre, no la veía muy latina y sugería que su nombre tenía que ver con el efecto de “aterrendis hostibus” (espantar a los enemigos) y para el barranco, condescendía ante su amigo, el Padre Guadix escribiendo en su Tesoro, que el origen podía ser “berr-barr” que en arábigo equivalía a desierto.

Hace solo cincuenta, Corominas (que en lo prerromano era un zote), por una vez andaba cerca del acierto, planteando que el torrente estaba en los tres principales romances españoles… y que posiblemente era voz local y de aquí pasó hacia el occitano, al ligur y lombardo, mientras casi todos los demás “latinos” e incluso algún germánico prefieren nombres cercanos a “ravin” que ignoran de donde pudo llegar[1], tan distinto como lo es el torrente del “vallum” latino.

Ahora, la etimología oficial ciega por lo latino como si le fuera la vida en ello, se empeña en relacionar el torrente ibérico con el verbo latino “torreo-torrui-tostum”, abrasar, tostar, secar…planteando implícita y neciamente para ello que los casi 3.000 lugares con ese nombre que hay en España y los varios cientos en Francia, Italia y Portugal, fueron nominados por los romanos por ser lugares abrasadores, aunque cientos o miles de ellos sean brechas fresquísimas y llenas de vida.

 

Ya a primera vista se percibe una relación “de altura” que liga torrentes y torres, porque en colinas y oteros sin la altura y pendiente suficientes, las redes de drenaje no suelen ser enérgicas y erosivas, no siendo extraño que en todos los países cercanos de clima y fisiografía parecida abunde toponimia que evoca estos dos nombres; por ejemplo, en Francia se encuentra Torreilles, Torre, Torreta, Torricella, Torrent… (aunque mucho más abundante el cultismo Tour, Tours, -les-Tours, La Tour, etc.) ; en Italia, Torre, Torretta, Torri, Torrazzo, Torrente, Torriola…, en Portugal, Torre, Torrinha, Torraô…

Pero nombres de lugares con este comienzo, los hay desde el Este, en la costa turca donde por fin se dio con las ruinas de Troya (Troia en la lengua anterior a los turcos, que los griegos llamaban Ilion, y los turcos, Hisarlik), una notable colina que ofrecía todas las condiciones para ser una fortaleza natural hendida de torrentes que el dibujante plasmó con detalle…

Igualmente, al Oeste, Portugal tiene otra famosa Troia en la desembocadura del río Sado; una isla rocosa antes aislada, pero que a lo largo de los últimos milenios se ha rodeado de un gran tómbolo o brazo de arena que la cubre y oculta.

O las Troia de Italia en Apulia y Sicilia; en la imagen, Castelo Punta Troia.

Pena da Troya y Troia en Lugo (terra do Chan y La Marina) y docenas de Torroellas distribuidas por el país, así como cientos de Torro, Torroal, Torrodoldo, Torrota, Torrogoitia y multitud de “Cotorro” simples y compuestos, voz de indudable contenido morfológico (risco de cumbre redonda), que a la raíz vasca “kot”, masa rocosa emergente, le añade el formante “orr o”, muy alto, como varios Montorro, Montorroi, Montorroio, Montorroyo…, todos ellos elevaciones conspicuas y rotundas.

Llegado a este punto, es oportuno discutir la dualidad “do mo”- “do orr”, la primera, usada generalmente como “domo” para referirse a un abultamiento redondeado de la superficie terrestre por las presiones subcorticales, compuesta por ”ʤo”, idea de virilidad, elemento protuberante, que ha evolucionado a “to, do, txo”, según territorios y épocas y adjetivada con “mo”, abreviatura de “motx”, acortado, menguado, ha dado en el domo, forma de las primitivas tiendas de pieles (en la imagen, “yurta” mongola), que la cultura oficial quiere asimilar al “domus-domo-domi” (casa en latín), haciéndola llegar desde un proto indoeuropeo inexistente “*dom”, en vez de acercarse al Euskera y analizarlo racionalmente con su significado de “abultamiento suave”.

En el otro extremo, “to orr” se encuentra en numerosos lugares, desde la torre al cotorro, donde el adjetivo “orr”, elevado, enhiesto, marca la diferencia con la suavidad del domo. En la imagen, El Cotorro, norte de Burgos, literalmente, “abultamiento alto y abrupto”.

Como conclusión, torre no procede del latín “turris”, origen que los propios expertos descartan y sugieren ser “prerromano”, sino que está emparentada con torrente y cotorro, de forma que de los numerosos topónimos citados, muchos de ellos son traducibles por el Euskera, como lo es el genérico torrente; “torr ende”, compuesto por “torr”, otero de laderas pronunciadas y rematado con “ende”, consecuencia, producto, secuela, viene a ser la canalización que producen las lluvias impetuosas en un entorno propenso, con materiales deleznables y pendiente acusada.

[1] Seguramente de “arra bia ein”, surco creado por arrastre, que por aféresis perdió la “a” inicial y compactado quedó en “rabín” y “ravin”.

Sobre el autor

Javier Goitia Blanco

Javier Goitia Blanco. Ingeniero Técnico de Obras Públicas. Geógrafo. Máster en Cuaternario.

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