Euskera Geografía Onomástica Prehistoria Toponimia

Ana, ena, ano…

Casi todo lo que escribo acaba centrado en que “Onomástica y Toponimia son inabordables sin contar con el Euskera, con el sentido común y sin amplios conocimientos de Geografía, Biología, Ciencias Sociales y otras varias disciplinas científicas”; vamos, no es un tema acotado para lingüistas, para historiadores ni para franco-tiradores.

Sigo ratificándolo.

Hace ya tres años, siete amigos que conocen mis aficiones desde hace cincuenta, me enviaban o a lo largo de tres días, “guasaps” con un artículo de El Correo Español, el Pueblo Vasco, donde un “experto” que sigue el dictado de la Academia de la Lengua Vasca, dice que cuanto en el mundo de la Toponimia termina en “ana”, es latino.

Yo lo niego.

En una búsqueda preliminar de lugares de España que terminan en “ana”, he encontrado 12.698 que van desde “A Aldeana a Zurramandana”, el primero en la costa pontevedresa y el segundo en el borde del Embalse de Gabriel y Galán al Norte de Cáceres.

“Ana” a secas es un juncal (como el “ana” del río Guadiana, antes “Ana”), pero como sufijo, “ana” significa generalmente “el gran…”, aunque hay casos diferentes, variados y hasta sorprendentes, pero para comprobarlo, hay que dejarse de teorías lingüísticas y hacer análisis multifactoriales, una de cuyos argumentos principales, es el recurso a las “raíces de la lengua vasca”, que -de momento- no están en los diccionarios.

Como ejemplo, sea la Peña Aitana en Alicante: “Aitx”, peña; “an a”, La peña grande.

Lo primero, buscar nombres parecidos, aunque su grafía o su morfología sean diferentes

Por ejemplo, entre esos casi trece mil, empezando por este río Ana, hay docenas, cientos de Llana, Castellana, Meana, Tresana, Adana, Agua Mana, Quintana, Campana, Mata Juana, Santillana, Ohiana, Aranzana, …. Gana, Acediana, Cantarrana, Berlana, Capitana, Galiana, Gitana, Jordana, Mangana, Viana, Badana, Galana, Maçana, Triana, Bascuñana, Berberana, Biscayana, Sakana, Burriana, Villasana, Romana, Lizana, Pastrana, Santana, Quana, Lozana, Bibiana, Valmarrana, Orellana, Fullana, Sotana, Milana, Chiclana, Yébana, Habana, Estriégana, Besana, Carpetana, Lomana, Lutxana, Orbijana, Orejana, Oyana, Ozana, Periana, Pisana, Tijuana, Sopelana, Totana, Viana…, muchos de ellos repetidos en el entorno mediterráneo y aún más allá.

Aquí cerca, en la llanada alavesa, hay un Maturana, pero también los hay en Málaga, en Sevilla, en Almería… y en Zamora hay La Turana, aparte de haber muchos Matu, Maturreta, Matuella, Matute, Matuteras, Matutano, Matusán, Matueca… que denuncian que, si el Maturana alavés debe su nombre a que un tal Matías tuvo una finca y se le puso el “ena”, genitivo vasco por eso, en Andalucía se hablaría de la misma manera y los Matías con finca dejaron ahí su impronta

O invitan (mejor, obligan) a buscar más allá de esa fórmula de la hacienda de Matías, ejercicio de perezosos irresponsables dando opción a otras explicaciones menos ideológicas.

Otro de estos expertos académicos asegura que Antoñana es latino  (algo de Antón) antes de comprobar que en España hay docenas de nombres del mismo tipo, bien al comienzo, bien al final: Antobado, Antogil, Antolar, Antolez, Antolinas, Antolinatxa, Antonalejos, Antoniles, Antoña, Antoñán del Valle, Antoñanzas, Antoñanes del Páramo, Antovenia, Antuñana, Cabriñana, Doñana, Liñana, Uñana… y en cuanto a Antoñana, aparte de la bonita población alavesa al borde del Ega, hay sendas en una aldeíta remota y un pedregal asturiano sin posibilidad de haber sido finca y un barranco improductivo en el extremo (también) remoto de Soria lo que desdibuja la idea de fincas de centuriones liberados.

Aunque “ena” es un genitivo vasco innegable (Carlosena, Agustiñena…) y neologismo de época agraria, con mucha más frecuencia es un superlativo, un locativo o un indicador de una condición desaparecida con cientos, sino miles de casos, en cuanto la parte inicial del lugar se parece a algún nombre, es automáticamente relacionado con propietarios latinos u oriundos.

Otrosí pasa con “ano” (generalmente, “muy grande”), fórmula de terminación con la que se encuentran casi 8.000 nombres: Ablano, Abornikano, Indiano, Aginano, Argiñano, Aldea del Cano, Almajano, Amiano, Gitano, Milano, Vilano, Billano, Vizcano, Baquedano, Lijano, Mangano, Bitoriano, Mediano, Galizano, Mesano, Majano, Matutano, Elkano, Fano, Ichano,  Juano, Larrano, Lazkano, Gusano, Miñano, Sámano, Sedano, Zurbano…

La eñe, hermana gemela de la ene, repite muchos de los nombres en “ano”, así que salen más de mil Abaño, Abendaño, Adraño, Riaño, Malaño, Maliaño, Bacaño, Bicaño, Bolaño, Carracaño, Escaño, Garaño, Larraño, Olgaño, Otaño, Sampedraño, Torraño o Zampaño.

Con el caso de Okendo-Okondo que se cita apresurado en aquel artículo del Correo, ambas terminaciones son corrientes; “endo” aporta 200 en los mapas 1:25.000 y “ondo”, muchas más, cerca de 4.000, ambas con una idea tópica, la primera, “extensión” y la segunda “al pie, abajo”, que en muchos casos se confunde con el castellano “hondo” y su derivado latino, “fundus”.

Los profesionales de la Etimología criados con el suero latino y que desconocen estas precisiones, disputan queriendo que primen sus elucubraciones particulares para simplificar la Toponimia; por ejemplo, hay un Okendo en Astigarraga, Gipúzkoa, otro Oquendo, una cima menor en Bizkaia (Sodupe) y un Valle de Okondo en la ladera Sur del Ganekogorta y antes de alterarlos según capricho, hay que razonar y contrastar.

La generalización es una obsesión de todos los latinistas que viven de este cuento, que no soportan análisis particulares y que quieren tapizar todo con un barniz que anula el ejercicio científico, así, Maturana, Durana o Quejana, los definen latinos “por defecto”, dando por seguro que son desinencias de nombres de varones granjeros, quizás de un tal Matías, Duilio o Quintián, pero sin señalar sus fincas, solo relanzando las “felices ideas” de un maestro venerado sin motivo alguno, como quien bombardea las líneas enemigas para demostrar su potencia de fuego y cómo los periodistas le brindan páginas enteras.

En cuanto a la terminación en “ama”, los lugares pasan de 1.100; desde Ama a secas como en el Arroyo del Ama en la Tierra del Vino zamorana, hasta Zizama al pie de la sierra de Entzía, pasando por Cama, Gama, Lama, Rama, Alhama, Retama, Zalama, Arama, Jarama, Santiama, Dama, Sacama, Tastarama, Beneixama, Cárcama, Cártama, Ultzama, Rágama, Espinama, Lezama, Fama, Iturrama, La Madama, La Zama, Irama, Guadarrama, Sama, Zarrama, Zegama…

De lo más curioso es el pueblo palentino de Pozo de Urama (agua madre, agua nativa), que escrito en algún pliego con uve (Pozo de Vrama) los hipercultos corrigieron a Pozo de Brama hasta que el pueblo lo devolvió a su sonido original.

La villa guipuzcoana de  Zegama  lleva en su nombre “el gran corte” (“seka amá”), la explicación del estrecho inevitable de tres kilómetros para los caminos antiguos desde la meseta a través del túnel de San Adrián (“aterrri an” o gran abrigo rocoso) que recorre el río Oria entre la imponente ladera del Madiñamendi y el Illarramuño. Quien no se crea lo de “sek” relacionado con un corte brusco del terreno, puede darse un paseo por el personalísimo Río Segura y por su Cañón de Abandenes y sus 7 kilómetros de largo antes de desparramarse por las llanuras hortelanas.

Imagen: “Zeg ama, Seg ura, Zer ain (Zeg ain)…”…línea marrón.

 

El barranco de Segur, cerca de Igualada, la aldea de Segura cerca de Tárrega, incluso la guipuzcoana del Oria, la Sierra de Segura paralela a la de Cazorla y en sus estribaciones, La Puerta de Segura o de un salto al Sur de Badajoz, Segura de León y de otro, a Segura de los Baños en Teruel, en otro barranco, o a Segura de Toro al Sur de Béjar y para terminar, Sega y Segurola (la ferrería de Sega) en el barranco o corte (“se ga”) que formó el puerto de Orio cuando no estaba donde ahora, sino en ese brazo marino protegido por dos morros transversales a la ría en la margen izquierda del Oria cuando aún no existía el puente de la carretera ni el ferrocarril cerraba la entrada a ese pequeño cañón…

 

 

En cuanto a las victorias guerreras, dejé de creérmelas hace mucho.

Ni siquiera que Sancho llamara “Nueva Victoria” a una victoria que no existió, sino que -probablemente- ya había un predio cercano llamado Bitoria como hay otro Bitoriano, Vitoriás (cerca de Lérida en un entorno multi lacustre como lo era Bitoria), Vitories en La Marina Alicantina, Vitorina, en la zona de Las Lagunas, cerca del embalse de Ricobayo en el Esla o un Vitorino perdido en la Sierra de Gádor y docenas de Vito, Vitores, Vitoiro, Vitorín… y Bitoita, Bitolengo, Bitortia, Bitorrena (este, posiblemente moderno)…

Tampoco hay que olvidar que, a menudo, “t”, “s” y “z” se confunden, dando lugar a San Visorio, a docenas de Viso y Visos, Vizolazas, o que, perdiéndose la consonante inicial, aparecen nombres como La Isoria, Izoria, Izoria Ibaia…

En resumen, los posibles significados de los nombres de lugar no se pueden acometer aisladamente, sino considerando grupos tan grandes como se pueda y utilizando inicialmente dos herramientas: El Euskera [1] y el Sentido Común para dejar a los papeles un mero valor de curiosidad, ya que antiguamente se mentía, exageraba o promocionaba, exactamente como hoy en día.

 

[1] Pero ¡ojo!, no vale este Euskera comercial-administrativo que nos hemos dado, hay que buscar entre las más de 1.600 raíces del Euskera que se recogen en “El ADN del Euskera en 1500 partículas”.

 

 

 

Sobre el autor

Javier Goitia Blanco

Javier Goitia Blanco. Ingeniero Técnico de Obras Públicas. Geógrafo. Máster en Cuaternario.

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