Uno de embalses de los arroyos tributarios de La Noguera Ribagorzana tiene un lugar llamado La Muralla de Finestras, que consiste en media docena de crestas rocosas verticales y paralelas, algunas de ellas muy conspicuas.
Finestra, Finestrat se encuentra también en Lérida, Castellón, Alicante… El más conocido, el municipio de Finestrat, algo más de una legua al interior de la costa y que dispone de una pequeña y bella cala de igual nombre cuya boca apenas tiene un estadio y que ha servido a los poetas y cronistas locales para inventarse que “finestrat” (ventanal) venía de que en esa cala había una torre para vigilar la llegada de berberiscos.
La forma “Finestres” es bastante más abundante en el área catalana, pero casualmente, no existe en singular.
La Cova de les Finestres, cerca de Onteniente, vuelve a mostrar crestas rocosas, como el Barranc de Finestrelles en Tremp, els Camps Llargs de Finestrelles o el llamado Castell de Finestres en La Garrotxa.
Varios Coll de Finestres y Finestrelles en las cumbres fronterizas con Francia y en el propio país vecino (Colle de Finestra, Madona de Finestre, Finestret…) en las estribaciones pirenaicas e incluso en la montaña bética de Alicante, se suelen explicar por los entusiastas de la Toponimia, como atalayas o ventanales para otear los horizontes.
Para encontrar “fenestre” hay que irse a Francia (Roc de Fenestre en la siguiente imagen, Pic de Fenestrelles…), pero en España, aún quedan lugares como el Collado de Fenes en Huesca, que sigue mostrando esas crestas enhiestas.
Todos estos “fin, fen, finis…” tienen siempre un contenido y un mensaje relacionados con formas alargadas generalmente muy patentes. Imagen de portada, aspillera o finistra.
Pero el tema enrevesado está en que ni los sabios más agudos ni los más obtusos, desde Ernout y Meillet hasta Menéndez Pidal no dan con el viento que trajera desde la “fenestra” latina y lombarda, a la “finestra” catalana, corsa e italiana, la “fenêtre” francesa, la “fiestra” gallega o el rumano “fereastra”, a pesar de lo cual, los paniaguados de la etimología latina, siguen asignándola “por defecto” al latín, poseídos como están de esa convicción de que la lengua “lat eiña” o de sonido monocorde, latosa, recibe su nombre del Latzio y es una maravilla de la creación humana y madre de casi toda inteligencia.
Como curiosidad entre las latinas, solo la “janela” portuguesa se atribuye con aplomo al latín “ianua”, pero esta voz también es de origen vasco a partir de “iæ na”, puerta, correspondiente al paso o transecto, “ia-ie”.
La ventana es uno de los elementos constructivos que aparte del esfuerzo lingüístico precisa la colaboración de otros conocimientos para ser “recuperado”, porque la memoria falla estrepitosamente y todos pensamos “en grande” imaginándonos ventanales practicables o emplomadas vidrieras gigantescas de colores para pasar torrentes de luz a las estancias interiores, cuando eso no ha sido así.
Aún yo mismo conocí en los años setenta a un cariñoso bedel extremeño que me describió con detalle cómo era la cabaña de sus padres en la que llegaron a vivir doce almas: El perímetro de losas llegaba a la altura del pecho y se interrumpía en la única puerta que daba al Sur. Desde él, salían pértigas radiales que se unían en la cumbre y se iban cubriendo de losas de pizarra que dejaban un hoyo circular en lo alto; hoyo que se dejaba con la idea de que el humo del hogar eligiera ese camino, pero que no sucedía así, porque el humo buscaba escape por entre las lajas de piedra…
La ventilación de la cabaña se resolvía por estos entresijos y la luz era muy escasa en el interior; apenas el sol que entraba por la puerta y cumbre y -cuando había llama-, el resplandor de la lumbre.
Las viviendas modestas tardaron mucho en tener ventanas con vidrio y cuando comenzaron a tenerlas, eran apenas unos cortes en los muros, algo como lo que se puede ver en este caserío “reconstruido” en Maruri, (Bizkaia) con las fachadas reproducidas de manera fiel a como aún eran en el siglo XV con estrechísimos tragaluces y en el que los propietarios han resuelto la iluminación interior con lucernarios en el tejado.
Pero tampoco los poderosos en la época romana conocían ni extrañaban los ventanales, porque las viviendas de cierto porte se organizaban en torno al “patio”[1] que aportaba comunicación, luz y ventilación, siendo el exterior, cerrado, aunque los artistas le hacen algunas concesiones ventaniles, como en esta imagen.
Como resumen, es altamente probable que el nombre “fin iz tra”, compuesto de “fin”, estilizado, “iz” luz de los astros y del día, muy distinta a la del fuego y “tra”, acción y efecto de trasladar, transportar, describiendo lo que hace un tragaluz esbelto y alargado: Tomar la luz exterior e introducirla al interior.
Esta “finiztra” ha dado en todas las variantes que Ernout y compañía no encontraban entre sus papeles meados por ratones. El corolario es sencillo: Está bien mirar a las lenguas escritas, pero no hay que olvidar que hay otras como el euskera, llenas de contenido.
[1] Voz nativa, que significa “recogedor, captador” (de “bat tu”), en referencia a las aguas pluviales que se vertían al “patín” (“bat ein”, colector) o pozo subterráneo de donde se tomaban para consumo.
Hay otras palabras cerca de “fin”: pino, filo, fino. En ingles: fin (aleta), pine (pino), file as in single file (fila de a una), fine as in cut fine, hasta pile as in piled high. Claro alguien dirá que todo de latín. Pero eso no explica como es que llegaría a ser solo una parte de fin es tra, y menos todos los topónimos con Fin…. Impresionante! Habrán otros toponimos con la variante Pin? Pinós / Pinoso?
Hay más de 1600 que comienzan con «pin», una veintena que acaban así, como Montes de Pin y unos 10.000 que lo llevan en medio, como El Pingón. Más de 500 que empiezan por fin (muchas fincas), unos cien que lo hacen en fin ó fín y otros 900 que lo llevan en medio.
Salud.