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Briga frente a nuevos datos

La obsesión de la cultura actual por relacionar progreso y ciudades, amontona los recursos y esfuerzos en torno a ese tipo de vida concentrada y desanima la investigación para llegar a conocer culturas como las nómadas pastoriles, cómo manejaban los pueblos pre agrarios a los animales domésticos de los cuales vivían desde muchos milenios antes de decidir que se quedarían pegados a un terruño y que renunciarían a ver amanecer cada día en un paisaje distinto.

La inspiración no es gratuita y en mi caso llegó solo por la coincidencia de dos fuentes diferentes, una la del profundización en la lengua Vasca y la imponente riqueza de sustantivos, adjetivos, verbos e interjecciones que tiene para definir con precisión las circunstancias que se dan entre animales domésticos, humanos, tiempo y territorio.

La otra ha sido la admiración por la forma de vida de los pastores de Somalia, Eritrea, Yibuti y el Sur de Sudán. Gracias a estas ideas y a una forma “profesional” de analizar la superficie terrestre, he llegado a tener una idea cabal y bien sustanciada de la practicidad pretérita de la palabra “briga”, esencialmente pecuaria en su nacimiento.

Desde niños hemos oído que “briga” es una palabra Celta que equivale a fuerte, a castro, a entidad urbana con un cuartel militar, palabra que el imperio romano se apropió para ponerla como coletilla a muchas de ciudades “colaboradoras” a lo largo de la Hispania Ulterior y Lusitania, principalmente.

Así en España y Portugal se encuentran en diversos documentos romanos (casi todos en el Itinerario de Antonino y en notas de Ptolomeo) dos docenas largas de nombres que acaban en “briga” (Amallóbriga, Arábriga, Arcóbriga, Augustobriga, Calabriga, Caesaróbriga, Celióbriga, Celtóbriga, Conímbriga, Deóbriga, Eberóbriga, Eburóbriga, Flavióbriga, Julióbriga ó Lulióbriga, Lacóbriga, Miróbriga Turdolorum, Miróbriga Celticorum, Mirobriga Vettonum, Nemetobriga, Nertobriga, Segóbriga, Talábriga, Tongóbriga) y que han dado lugar a búsquedas intensas de los lugares actuales que ocupan aquéllas supuestas localizaciones, siendo contados aquéllos en los que hay certeza de haber dado con los originales, aunque del apellido latino no le quede nada a ninguna.

Se suele incluir en tal lista el nombre latino de Brigantium, donde “briga” aparece al principio, porque también aparece en diversas crónicas, siendo su propiedad disputada por La Coruña y Betanzos.

En España, la toponimia es riquísima y muy poco alterada, siendo abundantes los nombres vernáculos de lugar que perduran conteniendo partes asimilables a la forma referencial “briga”, bien sea al comienzo, en medio del nombre o al final, pero no son menos las ocasiones en que los componentes de una de esas formas reiteradas se reproducen… al revés.

Así, aparte de las numerosas que se van a mencionar y que muestran versiones ligeramente alteradas de la “briga” central, no se pueden olvidar los cientos de lugares que llevan las formas metastizadas “gabri” ó “cabri”, dándose la circunstancia de que siendo casi siempre lugares agrestes o prominentes, la inmensa mayoría de unos y otros, ninguno de ellos puede relacionarse con plazas fuertes ni ciudades estratégicas; a saber:

Hay del orden de 50 que al final o en otra posición llevan la forma matriz “briga”, pero son mucho más abundantes (345) los que llevan “brica” y lo son incluso descontando aquéllos en que esta coda pertenece a la designación de una fábrica de la era industrial y por tanto es seguro que son nombres arcaicos con otro significado. Por ejemplo, las Laderas de la Fábrica bajo el Pico de la Maliciosa en la sierra de Madrid.

 

Solo he encontrado un lugar llamado La Briga a secas, un alto rocoso de casi 1.100 metros en Zamora.

La Brica en Lérida, es un alto relativo en una llanada que está en lo alto de un otero.

En pueblos muy conocidos como Ubrique, poca gente conoce su sierra con los dos escalones sucesivos que presenta y que bien podía tener su origen en “u bir ikae”, es decir dos grandes resaltos como pueden observarse en el trozo de mapa adjunto. De cualquier manera, aunque estos nombres destilan arcaísmo y son contundentes, apenas hay una docena de lugares con nombres como Jubrique, Fabrique, Llubriqueto, que por su rotundez y estado poco alterado, ayudan mucho a la obtención de su significado

También son bastantes (114) los que contienen “brigo” e incluso los de “brigu” (26), bajando a 15 los de “brigue” y “virgo”, como el otero de Manvirgo en el Sur de Burgos, que con su imponente cuesta y su medio kilómetro de mirador, es un digno merecedor de “man”, una de la variantes del adjetivo grande, dominante. En la imagen siguiiente, plano topográfico y en la foto de portada, panorámica del elemento en plena cubeta del Duero.

Una cantidad parecida (29) tienen “brih…” en su composición e incluso hay hasta 71 que ostentan “briz”, 10 con “brigui” y más de media docena en los que la consonante no es doble, sino de la forma “birig”.

Sin consonante, es decir, como “bria”, llegan a contarse casi 300.

No debiera olvidarse a ningún investigador, la búsqueda –también- de topónimos que llevaran compuestos con participación de “friga…”, ya que hay una tendencia casi “circular” a que consonantes dobles como “br” y “fr” se alternen en nombres cuyas otras componentes se mantienen. Así que lugares con esta fórmula, son también numerosos.

E incluso conteniendo un “frica” clarísimo que nos hace recapacitar sobre el nombre de nuestro continente vecino (antes Libia), al encontrar lugares remotos como “El Alto del Africano” en Albarracin, la playa Africana en Galicia, el Alto La África en Guadalajara, el impresionante Barranco del Africano en Granada, la Punta de África en Cantabria, etc.

O –aunque más raro-, participando de esa “pe” que no gusta a los celtas, en lugares como “Exprica” (aitz pirika), un terreno abierto al pie del mogote pétreo conocido como “Castro” en Reyero, León, o en la Fuente Apricano, en Álava.

La vocal hermana, “e”, no es menos frecuente, de manera que se han encontrado casi 300 lugares con el componente “brega” y otros muchos con variantes como “bregue”, “brea”, “brec” ó “brez”, candidato a “brek”. En la imagen, “Xábrega” en la Ribera Sacra de Lugo.

La aplicación de la propuesta del grupo de investigación Iniziatuak ha dado resultados desiguales, reapareciendo media docena de topónimos ya conocidos con “…biriga…” en Álava, Navarra y Madrid, pero ninguno con “birika”, “bideka”, “bideke” ni sus homófonos. En la imagen, Pico Albirigaño en Madrid, con su resalto a media altura.

 

Se pueden seguir incorporando otros nombres con componentes cercanas, pero no es imprescindible un trabajo exhaustivo para constatar que la fonología de todos ellos tiene fuertes parentescos, que la distribución de estos nombres es homogénea y que más allá de la condicionante fisiografía y de los gustos regionales que han decantado en formas que abundan más en algunos territorios, los casi tres mil topónimos de esta serie, está distribuidos por toda la península y no existen diagonales ni otras marcas que dividan la península en las fronteras imaginarias de nuestros sabios del XIX, vicios que perduran como cicatrices en las letanías de los modernos interpretadores de la historia.

En resumen, que más allá de las epigrafías encontradas y del valor que se quiera dar a la presencia de signos fuertemente sesgados por su pertenencia a un sector muy reducido de la población como son estelas, téseras, monedas o inscripciones, la Toponimia con mayúscula es un yacimiento tan intersocial como inmenso y diacrónico de información, yacimiento que está empezando a ser descifrado sistemáticamente y que al mostrar en muchos nombres una correlación con aspectos locales que perduran, desarma las teorías celtas y sucedáneas, para mostrar otra corriente autóctona más antigua que también se prolonga por los países e islas cercanas.

Así, si bien en Francia no hay muchos nombres que contengan “briga” (apenas Caverne des Brigands), son muy numerosos los de las formas en “eñe” como Brignac, Brignais, Brigne, Brignoles…, igualmente que en Italia, donde hay Briga, Brigante, Brignano, Breignole… con muestras también en Túnez y Marruecos.

La cultura es como la moda, una forma enfermiza de dirigir los esfuerzos, porque tras la pureza de los primeros movimientos de cada proceso, siempre entra en la barrena de marcar pautas y límites y de entregarse a los caprichos de los clientes, sino de los ministros que orquestan las ceremonias.

Si cuando éramos niños nos decían “sin más”, que briga era Celta y significaba un edificio fortificado, ahora, tras décadas de cocina en las universidades alemanas, nos dicen que quizás no, que la voz original del Proto-Celta hubo de ser “briganti”, que se abrevió a “briga” con significado de “colina”.

Otros aseguran que hubo un vocablos “PIE” tal como “bhereg^h” que dio el alemán Bergen (monte) y el neerlandés Burg, castillo y los que quieren recomponer el Celta, ofrecen más opciones para el monte, con nombres que van desde el “brig” clásico a “farkunjo”, “monjo-menjo” y hasta “sleibos”, variedad que no es extraña, porque las elevaciones del terreno debieron de disponer de muchas apelaciones según condiciones físicas o incluso de otra índole. Aún hoy mismo, cuando la sociedad vive de espaldas a los aspectos de la morfología del terreno, se manejan para el monte nombres como alto, cerro, cima, colina, cordal, cordillera, cota, cumbre, duna, loma, mesa, meseta, mogote, montaña, monte, montículo, muela, otero, pico, sierra, teso…

Hay demasiada alegría entre los lingüistas a la hora de poner asteriscos a las palabras que conjeturan y lanzan a todas las publicaciones sin haber contrastado antes en el Euskera.

Así y todo, la posible coincidencia de la voz “briga” es tan evidente como su polisemancia, porque si en las lenguas nórdicas significaba cerro, colina, en Italiano es un verbo que lleva la idea de pelear o molestar; poco más o menos lo mismo que en Portugal, donde significa lucha y parecido al Latín, donde también es “lucha” o en Bosnio, Croata, Macedonio, Serbio y Esloveno, donde equivale a “cuidar”, en Gaélico, Galés, Irlandes y Esperanto, donde quiere decir “parpadear”, en Eslovaco, donde llaman así a los barcos de tipo bergantín o en varios idiomas del sureste asiático (Bengalí, Urdu, Tamil ó Telegu), donde puede significar desde “la novia” hasta “malo”, “disolver” ó “brisa”.

No está de más recordar que la “brega” del Castellano, ese verbo que se usa para decir que un grupo de gente trabaja “a destajo”, procede del Euskera “bare ga” que significa eso exactamente, porque “bare” es la quietud, el relajo y “ga” es su ausencia,

No es extraña la relativa frecuencia de uso de esa voz y sus réplicas, cosa que también se puede aplicar a composiciones elaboradas a partir de raíces del Euskera tales como “bir” que significa replicación, “bira” que indica rodear, “iga” que indica subida, resalto ó “ga, ka” que como sufijo modal (no como sufijo negador) implica una reiteración de la acción, con lo que “biraiga” equivale a “subir rodeando” ó “biriga”, que puede traducirse por “resalto doble”. (La voz aparece con mucha más profusión en España que en los países cercanos, en general su presencia está correlacionada con aspectos físicos (relieve principalmente) y en muchos de los casos es patente la colaboración humana para modificar ligeramente ese factor y aprovechar sus ventajas como elemento de la economía social. No hay porqué pensar que sea una voz extraña originaria del centro de Europa y metamorfizada hasta llegar a su forma actual; esa forma muy personal ya la tenía hace miles de años y desde entonces no ha cambiado gran cosa.)

Ambas explicaciones tienen coherencia si se analizan desde técnicas, visiones y productos del pasado; la primera, porque muestra la forma en que se construían las torres ostentosas del tipo “zigurat”, creando una rampa en curva y pudiéndose colegir que en territorios en que solo se dispusiera de tierra o de áridos y en las llanuras de inundación, se ejecutarían construcciones más modestas con igual técnica para proteger al ganado, los aperos y herramientas o los objetos preciados o de culto del agua, de los ladrones y de las fieras o, simplemente, como se realizaban los túmulos de la Guimbautas, los Dólmenes, Cromlech y otras construcciones: Para dejar constancia de que se había estado en aquel espacio y lo habían transformado en Territorio.

Es necesaria una abstracción que ayude a entender que en lugares sin arbolado y sin piedra, una de las formas de controlar el ganado sensible durante las estancias prolongadas en las que había pastos duraderos, era mediante la combinación de zanjas y terraplenes que iban mejorándose cada campaña. Las brigas eran uno de los modelos más recurridos, porque aprovechaban oteros naturales para explanar su cima y con los productos extraídos, hacer las paredes más verticales, con lo que resultaba un “resalto doble”, uno debido al cerro natural y otro, a la acción deliberada de multiplicar la dificultad de acceso al tiempo que hace mucho más efectiva la defensa del ganado de osos, lobos y grandes felinos.

De ahí procede también la palabra “abrigo”, que significa refugio también en Catalán, Gallego y Corso, pero no en otras lenguas latinas, germánicas ni celtas.

En España y Portugal hay infinidad de “castros”; es posible que más de 3.000 de entidad suficiente como para que alguien entrenado los descubra con tan solo analizar cartografías de entre 1:25.000 y 1:10.000 y contrastarlas con fotogrametría de suficiente calidad.

La gran mayoría de estas estructuras, no tienen dimensión ni localización adecuadas para asignarse a una función militar pura; son obras con vocación ganadera, dimensión proporcional a los recursos de la zona y uso estacional, lo que no quita para que a veces, sus muros alcancen dimensiones sorprendentes para nuestro concepto de economía ni tampoco impide que en algún momento hayan podido actuar como plazas fuertes ante ejércitos o cuatreros. La prehistoria es tan larga…

Sobre el autor

Javier Goitia Blanco

Javier Goitia Blanco. Ingeniero Técnico de Obras Públicas. Geógrafo. Máster en Cuaternario.

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